Diario de León

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HACE AÑOS que dejé el tabaco. Recuerdo lo mucho que me costó dejarlo, y, quizás, por eso comprendo muy bien a quienes lo intentan y no lo consiguen. Por eso simpatizo con su causa y hago mía su reclamación para que, a partir de la entrada en vigor de la prohibición de fumar, entre todos, intentemos no exagerar. Cumplir la norma, sí, pero aplicándola con sentido común. Es verdad que el humo molesta, que resulta desagradable y es portador de no sé cuantos elementos nocivos para la salud. El humo no distingue entre fumadores activos y pasivos. Todo eso es cierto, pero no lo es menos que aunque el tabaquismo es una enfermedad, fumar es una costumbre social muy arraigada. Y estimulada, no sólo por el poder adictivo de la nicotina, sino también por el cine, la literatura y la publicidad. No hace falta tener carnet de profeta para saber que la normativa que ha puesto en marcha la ministra de Sanidad va a ser fuente de no pocos conflictos. En el centro de trabajo, desde luego. Y también en los establecimientos públicos, como bares o restaurantes. La norma permite denunciar a quienes enciendan un pitillo allí donde no está permitido hacerlo. ¿No va a ser ese el punto de partida de roces, broncas e incluso peleas entre compañeros de trabajo o entre clientes de un bar? Es útil alertar a la población acerca de la toxicidad del tabaco y recordar que en España mueren cada año más de 50.000 personas por males asociados con el fumar, pero hay otras medidas que serían más eficaces y que no se anuncian por ninguna parte. La primera sería que el Ministerio de Hacienda diera a conocer cuánto ingresa del tabaco vía impuestos; que se pronuncie, también, el señor Solbes en términos éticos, a ver qué le parece eso de cobrar impuestos derivados de la venta de algo que a la larga provoca la muerte de quien lo consume, según se advierte en las propias cajetillas de cigarrillos. Otro aspecto del problema que la señora Salgado y su equipo deberían abordar es qué hacer y por dónde meter mano a las compañías tabaqueras que han bajado el precio del paquete de tabaco -el rubio se vende ahora a un euro y medio- con la clara y aviesa intención de captar a nuevos consumidores entre los adolescentes, sector importante de la población con limitado poder adquisitivo. Si a un chaval de trece o catorce años le convierten en fumador a tan temprana edad, ya puede decir misa la ministra que dará mismo. Prohibiendo fumar, nunca se va a acabar con el tabaquismo. Así, no.

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