Diario de León

DESDE LA CORTE

¿Quién atiende a Su Majestad?

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FERNANDO ONEGA
León

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EL MENSAJE de Navidad del Rey ha sido uno de los mejores de los últimos años. Las críticas han carecido de importancia y de calado. Pretender, como Gaspar Llamazares, que el monarca se tendría que haber detenido en detalles como la siniestralidad laboral, es buscar un discurso enciclopédico. Los mensajes de la Corona no son una relación exhaustiva de nuestros problemas, sino una llamada de atención sobre aquellos que ocupan la atención ciudadana. Por las limitaciones de su papel constitucional, ni siquiera necesita citarlos. Cuando dice «España es una gran nación», todo el mundo sabe qué quiere decir en un momento como éste. Cuando habla de sosiego, todo el mundo entiende que se refiere a la crispación existente. Y cuando invoca el consenso, no hace falta que cite el Estatuto catalán. En cuanto a los mandatos de la Coron a, este año don Juan Carlos los ha resumido -mi mensaje de esta noche es bien sencillo»- en tres peticiones: moderación, sosiego y busca del consenso. No podía demandar otra cosa, porque moderación, ya sabemos la que ofrece la actual clase política: cero. El sosiego es tan escaso, que parece que ya estamos en campaña electoral. Y en cuanto al consenso, hay el que corresponde a los amables calificativos de «patriota de hojalata y «bobo solemne» que se han dirigido nuestros máximos representantes. Pero, ¿quién escucha a su majestad? Esas llamadas a la conciencia que hace ¿tienen algún efecto entre nuestros dirigentes? La experiencia dice que muy escaso. Hace casi un año, el Rey reunió -dicen que por casualidad- a José Luis Rodríguez Zapatero y a Mariano Rajoy en La Zarzuela. El clima que surgió de aquella reunión duró poco más de una semana: la sensación de engaño que sintió Rajoy poco tiempo después fue mucho más contundente que el clima de concordia que había fomentado el Rey. En cuanto al mensaje de esta Navidad, habían pasado poco más de treinta horas cuando el popular Ángel Acebes ya le estaba diciendo a Zapatero que se había metido en un «callejón sin sal ida». Conclusión: el Rey representa de forma magnífica su papel moderador. Pero sólo lo puede representar con mensajes genéricos lanzados al aire de España. Son discursos difíciles, pensados y dichos para abarcar, complacer e interesar a la inmensa mayoría. Pero los partidos no se sienten directamente aludidos por sus llamadas. No es que quieran desobedecer o ignorar a la Corona, en absoluto. Es que se sienten depositarios de una verdad incompatible con su adversario. El adversario siempre es el equivocado. Y así, no hay mandato de sosiego que les llegue. No hay petición de consenso que obedezcan. Las palabras del Rey se quedan en la expresión de un deseo, que la mayoría aplaudimos y los afectados olvidan.

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