Amor y pedagogía

HABRÍA que revisar algunos tópicos, firmemente incrustados en el entrecejo. Seguimos diciendo eso de que «en este país no dimite nadie» después de la brusca, histórica y misteriosa dimisión de Adolfo Suárez y lo seguiremos afirmando después del modoso retiro de Florentino Pérez, que demuestra que no es verdad que «con oro nada hay que falle», como creía don Juan Tenorio. Claro que también seguimos diciendo que «segundas partes nunca fueron buenas» en el país del Quijote, cuya parte segunda logra la increíble hazaña de superar a la anterior. Al esplendoroso éxito económico se ha unido el fracaso futbolístico, con el desfile de entrenadores y directores deportivos. Parece que lo más difícil para los millonarios es manejar a otros millonarios más jóvenes. Los galácticos han aterrizado y se comprueba que un equipo no se hace siempre a golpe de chequera, ni una orquesta con los que llevan la batuta. Mal pedagogo don Florentino. Ahora le sustituirá otro aristócrata del ladrillo, pero todas las camisetas se han vuelto pañuelos de despedida. Lo más curioso es que una noticia de lo que pudiéramos calificar como «trivialidad trascendente» ocupe todas las conversaciones. No se habla de Tucson, donde el banco privado de células garantiza la confidencialidad del ADN de la infanta Leonor, ni de la inauguración del mayor centro de investigación cardiovascular de España: se habla del Bernabéu. El llamado deporte rey hace súbditos a todos los demás asuntos. «El vestuario», me dijo Di Stéfano cuando le pregunté qué era lo más importante en un equipo. Y es que no puede mandar patrón cuando no obedecen los marineros.