Diario de León

TRIBUNA

Precisiones sobre el 23 F en León

Publicado por
M.ª DOLORES OTERO
León

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TIEMPO HACE que mi escritura política trata de no entrar en precisión, que pudiera alterar, el ya de sobra alterado mínimo orden, y a menudo desorden de la política en León, entre otras cosas, porque tengo para mí el invento de una máxima que me da últimamente buenos resultados: «Si no puedes decir cosas agradables, no hables». Pero ya mi silencio puede parecer cobardía, algo que desde luego no se cuenta entre mis defectos. Y pudiera ser también un pecado de omisión, al no dar a cierta versión, -referida al 23-F vivido en León-, su verdadera dimensión, por cuanto la falsedad que acuso, aplicada a la información desde este periódico, concretamente el pasado jueves 23 de febrero de 2006, que por segunda vez se produce, incide en un nombre, que no sólo porque es el de mi marido, y padre de mis hijos, fallecido hace 19 años; sino porque era un hombre de bien, y de orden; un leonés a carta cabal, que luchó como el mejor por sus dos familias: la de su madre viuda, con siete hijos de los que él era el mayor, y la suya propia, que es la mía. Porque fue un profesional honrado no voy a consentir ni el menor asomo de duda sobre su actuación, en un acontecimiento como el intento de golpe de Estado del 23 F de 1981. Por dos veces en este periódico, en amplio reportaje sobre lo vivido ese día en León, se alude, como información de «una fuente» misteriosa que aún nadie ha podido descubrir, fuente emponzoñada y aviesa, malintencionada, que coloca a mi marido como uno de esos «civiles» importantes, que fueron al Gobierno Militar a por armas en solidaridad, con el comandante Tejero, (un mandado al que dejaron en la estacada y, de cuyo hecho trascendente, nunca sabremos toda la verdad). Dice la «fuente» en la que bebe el informador, que «fue a por una pistola, el médico ginecólogo Agustín Álvarez, marido de M.ª Dolores Otero, aunque no era él la autoridad civil que consta también en los anales de esta historia». Sólo acertó en que era mi marido, porque la verdad escueta y limpia es ésta: Agustín Álvarez González era médico y por tanto licenciado en Medicina y Cirugía y de especialidad Anestesiología más conocido por anestesista; nada de ginecólogo, y además era médico militar como acreditan documentos que poseo con la firma e informe del entonces teniente coronel de Infantería Ignacio Autrán y Arias-Salgado (Nacho para los amigos) y del coronel de caballería Eugenio Trigueros Martínez, y estuvo destinado a la agrupación de Infantería Burgos n.º 36 como médico de cuerpo. Más tarde sería en el Regimiento Almansa. Su tarjeta de identidad militar data de 1967 y se renueva en 1978. A mayor abundamiento perteneció durante mucho tiempo al cuadro médico de la Asociación de la Prensa. Por todo ello, ni era un civil, ni va a por armas porque tenía las suyas propias, de las que por cierto una «Astra del 9 corto» poseo yo con las debidas licencias y requisitos, y el que tal aseguró en el informativo, miente, calumnia, destroza y difama al que fue a por armas... ¿como no fuera a por un tanque...? Cuando salió esta noticia hace 10 años, yo no estaba en León, sino en el castillo de Fuensaldaña y me enteré muy tarde, cuando un ¿compañero? de mala baba, me lo soltó delante de otros militantes. Mi cuñado, también médico leonés, radiólogo por más señas, sí envió una carta aclarando este extremo, pero parece que nadie en el periódico la leyó. La pura verdad, y lo digo para que se sepa lo que ese día y a esa hora pasó en el Ayuntamiento, cosa de la que nadie se ha preocupado, y que desmiente otras falsedades, es que mi marido, saliendo del quirófano en la clínica de San Francisco, se entera de forma inconcreta de lo que ocurría en el Congreso. Sabiendo que yo estaba reunida en el Ayuntamiento, se preocupó y fue al Gobierno Militar a informarse de primera mano de sus compañeros y amigos. Comentando que yo estaba en el Ayuntamiento y que era el único teniente de alcalde que allí había y que podía tener problemas, me llamó para decirme lo que pasaba y que me llamarían, como así fue. Ya lo sabíamos. Yo presidía en ese momento la Comisión de Educación y Cultura cuando llamaron a Maxi Barthe de la sede del PSOE con urgencia. Cuando regresó de la llamada, un tanto descompuesto, dijo: M.ª Dolores, tienes que suspender todo. Hay un golpe de Estado en el Congreso de los Diputados. El consiguiente alboroto se acalló con la llamada del general Pedro Gómez Cárdenas, a quien ya conocía, diciéndome, tras inquirir los nombres de los que estaban allí conmigo, que hiciese venir un retén de la Policía Municipal y cerráramos el Ayuntamiento quedando nosotros allí hasta nueva orden que, afortunadamente, no se hizo esperar. Era del Gobierno Civil pidiendo que fuéramos hasta allí. Llegando por la plaza de Santo Domingo, nos salieron al paso Ángel Capdevila y Lorenzo López Trigal que, sin disimular el gesto asustado, iban al Ayuntamiento en busca de Barthe. Nos fuimos al Gobierno Civil, donde firmé un informe y nos presentamos al gobernador García del Vello del que conservo un gran recuerdo, como compañero del partido. Es una gran persona. Lo que sí preocupaba en exceso a Capdevila y Barthe era ver la forma de asegurar la sede del PSOE. Allí estuvimos, hasta que se nos comunicó que podíamos marchar con gran contento nuestro. Nunca tan feliz cuando me vi en casa con mi marido y mis hijos esperándome tras aquel sobresalto. Por cierto, ni siquiera nos acordamos de las armas, siempre escondidas para que no las vieran los niños. Esto desmonta el hecho de que Barthe y Capdevila fueran también al Gobierno Civil para pedir armas porque iban conmigo, con el grupo del Ayuntamiento y allí hablamos con el gobernador, pero nadie habló de armas ni cosa parecida. Hay mucho bulo, ahora algunos sacan pecho y se hacen los importantes, cuando seguro que estaban debajo de la cama. Mucho me extraña lo de los tantos civiles que fueron a ponerse «a disposición» en el Gobierno Militar, ni creo en absoluto que el general Gómez Cárdenas dijera nada ni menos diera nombres a ningún civil de lo que hubiera ocurrido. Eso de lo sé pero no lo puedo decir; me dijeron sí, pero no me dijeron nada... no me cuadra. Sigo sin encontrar la dichosa «fuente»; voy hablando con los firmantes del reportaje y nadie sabe nada. Porque bien ha podido dañarme en mi actividad política. Porque tengo hijos mayores con trabajos en León y nietos universitarios, que porque hay quien guarda el veneno para escupirlo cuando más daña, pueden verse afectados. Es por esto que solicito de este periódico, a quien proceda, una rectificación en regla, de forma que la dignidad de mi familia y el buen nombre de mi marido queden a salvo, y no vuelva alguien dentro de otros cinco años a «copiar» lo que ahora se ha escrito. Que Dios perdone al culpable de este enredo.

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