Diario de León
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Calle Fernández Ladreda, 8 de la tarde del pasado domingo. Un matrimonio anciano paseando tranquilamente a la altura del Parque de Los Reyes. De pronto, por detrás, un golpe seco en el brazo que hace trastabillar al anciano y le hace dolerse del brazo golpeado. ¿Causa del golpe? Un ciclista, ya mozo, que, al ser increpado por su incívico proceder, su única respuesta fue que a ver si el buen hombre se creía que toda la acera era suya, ante la carcajada de la moza que, ciclista también, le acompañaba. Y yo me pregunto: ¿No hay ninguna normativa que regule el uso de la bicicleta en ciudad? ¿Pueden campar los ciclistas, a veces parece que en competición, por las aceras, con el consiguiente peligro para el viandante? A todo esto, la Policía Municipal ¿qué hace? Nunca he visto a ningún ciclista, de los que circulan por las aceras, parado por un policía municipal. ¿No hay controles de todo tipo, cinturón, alcoholemia, ruidos, etcétera? ¿Y de circulación de bicicletas? Cuando haya un accidente más grave, el del domingo pudo serlo, ¿no podrá ser imputado el Ayuntamiento por dejación de sus funciones al no vigilar a estos incontrolados? En ninguna ciudad europea, señor Amilivia, señores concejales, ustedes que tanto viajan, verán ni un ciclista por una acera. ¿Es que no somos europeos? Aquilino Laserna Perea (León). Dicen que la enfermedad del verano es el aburrimiento. Yo me temo que sea hoy la enfermedad de todas las estaciones. Jamás hubo tantas diversiones ni tanta gente aburrida. A este paso nos definirá la historia como la generación del bostezo, verán ustedes. Y no estoy hablando de esas tardes bobas que cualquiera tiene de cuando en cuando. Lo grave es hoy el aburrimiento como forma de vida. Lo preocupante es ese alto porcentaje de coetáneos que puede definir su vida sobre estas coordenadas: «No quiero a nadie verdaderamente y nadie me quiere. Nada me importa seriamente y a nadie le importo nada. No sé vivir o no me dejan vivir. Las cosas que deseo no las puedo alcanzar o lo que alcanzo está vacío por dentro. No me siento llamado a nada importante que me pueda llenar. ¿Vale la pena vivir desde estos planteamientos o esa vida es una forma de muerte cloroformizada? Lo asombroso es que esto pueda ocurrir en un siglo en el que, parecemos tenerlo todo. Y, sin embargo, es cierto que jamás se vieron tantas caras aburridas y desilusionadas. ¿Qué es la droga sino un último afán de escapar de la realidad? Y quizá el gran error está en que hemos pensado que el aburrimiento se mata con diversiones. Contra el vacío, la solución no está en cambiar de sitio, sino en llenarse. Porque lo más gracioso del asunto es que, bien pensadas las cosas, resulta incomprensible que un ser humano se aburra: ¡con la de cosas apasionantes que pueblan nuestra existencia! Esto es lo tremendo: los hombres estamos convencidos de que, por mucho que corramos en vivir, nunca agotaremos ni un uno por ciento de los milagros que la vida nos ofrece. No leeremos ni un uno por ciento de los libros interesantes. No veremos ni un uno por ciento de los paisajes que merecen de ser visitados. Anatolio Calle (Navatejera). Una de las paradojas del actuar del hombre es la de dar más protección a los edificios que a la propia vida. Triste es que lo que en estas iglesias cristianamente se bendice no sea protegido, como el matrimonio, los hijos y la propia concepción. Es de festejar que algunos países como Ecuador caminen la vía de esta protección, al declarar hace días su presidente Alfredo Palacio, el 25 de marzo fecha del «Día del niño por nacer». Mientras tanto en España se venden la ampliación de derechos que no son sino escarbar en los existentes, con flagrantes atentados a la concepción como es la legalización de la clonación. Y las autonomías dispensan la abortiva píldora del día después. La vida debe tener especial protección y ser objeto de derechos por igualdad en cualquier momento de su estadio temporal, desde la concepció n hasta la muerte natural. José C. Navarro (Mérida). Antonio Manjón Geijo (Hospitalet de Llobregat).

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