Diario de León
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FEDERICO ABASCAL
León

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CUANDO una incógnita se despeja a sí misma, el problema desaparece. Pasqual Maragall obsequió ayer a su partido (PSC) y al presidente Zapatero con el anuncio de que piensa hacer mutis en las elecciones catalanas del próximo otoño. Los socialistas han dado un suspiro de alivio al verse liberados de una delicada incertidumbre. El ministro Montilla, sucesor «in pectore», guardaba ayer, hasta promediada la tarde, un pudoroso silencio. Maragall lleva la intelectualidad en la sangre, y para decidir si debía, o no debía, luchar electoralmente contra la larga estancia de Jordi Pujol en la Generalitat no se retiró a un monasterio, teniendo el de Montserrat tan cerca, sino que se fue e Italia, a beber renacentismo a pie de obra. Y vigorizado por la trepidante, irreverente y emotiva visión italiana de las cosas, regresó a Cataluña para enfrentarse al reto de cuatro objetivos que ayer consideró alcanzados: acabar con el gobierno monocolor de CiU, liderar una propuesta de la España plural, fortalecer desde el autogobierno de la Generalitat políticas sociales y convertir al PSC en el primer partido de Cataluña. Se ha ido Maragall porque el referéndum estatutario, con su gran volumen de abstención, redujo el tamaño del arco triunfal bajo el que hubiera deseado desfilar como el principal inspirador y coautor del «Estatut». Para Maragall, el nuevo estatuto de Cataluña es su obra mayor, una pieza histórica que siempre llevaría impreso su nombre, pero tanto el PSC como, desde otra perspectiva, La Moncloa intentaban pasar página, cubrir con el olvido los episodios más azarosos en la tramitación del «Estatut», y enfocar el futuro de acuerdo a las necesidades políticas de ZP y a satisfacer los intereses menos ambiciosos del socialismo catalán, en el que la exuberante personalidad de Maragall se confundió a menudo con prepotencia. Hoy se entrevistan Maragall y Zapatero en Madrid, y varios políticos catalanes han elogiado que el «president» anunciase anticipadamente su negativa a ser candidato a la presidencia de la Generalitat para que nadie pudiera creer, sin pecar de exceso de malicia, que el Gobierno central había influido en una decisión personal del jefe del Gobierno catalán. Parece probable que Zapatero se vea obligado a abrir y cerrar una o dos pequeñas crisis de gobierno. La primera, si Montilla fuera destinado a ser cabeza socialista de cartel en las autonómicas, que el mismo Maragall fijaba imprecisamente en el 22 de octubre, y la segunda, si el ministro López Aguilar, que se siente feliz en el departamento de Justicia, y aferrado a la balanza, no tuviera más remedio, por insinuación de Zapatero, que luchar en las elecciones autonómicas de Canarias, dentro de no más de once meses.

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