Diario de León
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DOMINGO BELLO JANEIRO
León

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HOY SE cumple el aniversario del fallecimiento del entonces Jefe del Gobierno, Antonio Cánovas del Castillo, que fue asesinado el día 8 de agosto de 1897, ahora festividad de Santo Domingo de Bonaval, en el balneario de Santa Águeda (Mondragón), por el anarquista italiano Miguel Angiolillo, cuando se encontraba como nosotros, leyendo el periódico. Tras el magnicidio, Juan Valera dijo que «España, sin distinción de partidos, viste de luto, y han deplorado su muerte los Gobiernos y los escritores de las naciones civilizadas del mundo, rindiendo al eminente estadista espontáneo tributo de altas y merecidas alabanzas». Cánovas del Castillo era una persona de origen modesto, prodigiosa voluntad y memoria, infatigable lector en varias lenguas, reconocido periodista, convincente conferenciante e historiador de primer orden, y hasta presidente en tres ocasiones del Ateneo madrileño, habiendo conseguido el éxito profesional en la vida mediante un duro esfuerzo, por lo que sus contemporáneos le llamaban, admirativamente, «El Monstruo», ante su impresionante capacidad intelectual y de acción. Fue joven empleado del ferrocarril, licenciado después brillantemente en jurisprudencia, prestigioso parlamentario, creador del partido «liberal-conservador», que, según afirma Fernández Almagro, era un partido de centro, y, como dice Charles Benoist, fue el más completo de los hombres de Estado de la Europa de su tiempo. Su prestigio, según Raymond Carr, provenía de ser un gran trabajador en una sociedad holgazana, constituyendo su capacidad intelectual una parte importante de su capital político. Redactó el Manifiesto de Manzanares, y fue director general de Administración Local, ministro de Gobernación en el Gabinete Mon y de Ultramar con el Gobierno de O'Donnell, presidente del Gabinete-regencia hasta la proclamación del Rey Alfonso XII, varias veces Jefe del Gobierno desde 1875, alternando en el cargo con Sagasta con el breve paréntesis del Gabinete Martínez Campos, plasmando sus ideas en la Constitución de 1876, la de más larga vigencia en nuestro país, bajo la que, durante medio siglo, convivieron, por vez primera desde 1810, las «dos Españas». Con ocasión del centenario de su asesinato tuve ya ocasión en estas mismas páginas de llamar la atención sobre la oportunidad de reflexionar colectivamente sobre su figura y obra así como acerca del período significativo de reconciliación nacional de la primera Restauración, de la que constituye un hito fundamental la Constitución de 1876, que propició un largo período de paz, todo lo cual vuelve a estar, desgraciadamente, de especial actualidad en estos momentos.

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