Diario de León

DESDE LA CORTE

La furia, en la calle

Publicado por
FERNANDO ÓNEGA
León

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LA ACTUALIDAD política está rabiosa, en el literal sentido de la palabra: colérica, violenta. Ignoro si llega al dramatismo que observa Felipe González, cuando afirma que vivimos «un debate prebélico»; pero las expresiones y las escenas de ira se suceden. Ayer hemos podido contemplar una, a las puertas del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco. A un lado estaban los nacionalistas de Ibarretxe, que acuden a presionar a la Justicia cuando va a declarar por sus reuniones con Batasuna. Al otro, miembros y simpatizantes del Foro de Ermua, asociación que se querella contra el lendakari. Se enzarzaron, y un miembro de esta organización recibió una patada en sus partes que le dejó inconsciente unos instantes. No doy tanta gravedad al suceso como a lo que revela. El suceso pertenece a los altercados quizá inevitables cuando coinciden en el mismo escenario dos manifestaciones de signo distinto. En toda reunión humana existe un exaltado, un violento o un provocador. Pero lo que revela es otra cosa más grave: la aparición del odio entre la gente más politizada que acude a estas concentraciones, convocada por organizaciones políticas y sociales. Cuando el señor Aguirre, agredido, estaba en el suelo, se oyó un grito -«que se muera»-, en un olímpico desprecio a la vida. Eso es peor que la agresión física. Otro detalle importante ha sido la reacción de la policía autónoma: al entregarle al agresor, lo dejó en libertad, sin proceder siquiera a su identificación. Dejo sin respuesta un interrogante: ¿habría actuado igual esa policía, si el agresor no fuera presunto militante del PNV? No puedo juzgar intenciones. Pero sí debo añadir de inmediato que el agresor no pertenece, en principio, a Batasuna ni a sus bandas juveniles. Por lo menos, estaba en el bando de un partido, el PNV, que todos situamos en la zona más templada y democrática del nacionalismo. Pero, a efectos de la ira, da igual. Estamos asistiendo a un fenómeno de simplificación grotesca de la vida pública. Para un manifestante de los vistos ayer, el mundo se divide en dos: el suyo y el resto, que persigue a su lendakari «en un teatro sin pies ni cabeza». Y están empezando a llegar a las manos¿ o a los pies, como en este caso. Que nadie trate de sacar conclusiones exageradas de este episodio; pero sí las necesarias. Y la más necesaria es dejar constancia de que esa tópica crispación de que hablamos todos los días sólo estaba hasta ahora instalada en las alturas de la política, pero ya la estamos viendo descender al cuerpo social. La estamos viendo. Ya se le pueden hacer fotos que publican los periódicos. Ya es noticia. Ya está en la calle. Y en la calle, pocas veces se reduce a un episodio verbal.

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