Diario de León
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INOCENCIO F. ARIAS
León

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LOS ESPAÑOLES no prestamos excesiva atención a los acontecimientos del África subsahariana si exceptuamos lo que acontece en Guinea Ecuatorial y la avalancha de emigrantes. El continente, sin embargo, se mueve. África experimenta vaivenes; el de Zimbabue es de los más espectaculares. De ser uno de los países más prósperos de la antigua África negra ha pasado a hundirse en una sima funesta. Tiene una inflación del 1.730 por ciento, récord mundial; el desempleo alcanza el 80% y la expectativa de vida, que en 1990 era de 60 años, ha caído a unos 34 en las mujeres y 37 en los hombres. No es raro que unos tres millones de personas, casi una cuarta parte de la población, hayan abandonado el país. ¿A qué se debe esta situación? Para la prensa occidental, incluida la progresista, hay un autor principal: el presidente del país, Robert Mugabe, que tomó el poder en 1980 después de una lucha de liberación contra la minoría racista blanca (estamos hablando de la antigua Rodesia) y que se aferra al cargo a sus 83 años. Su catastrófica política económica, la corrupción galopante del régimen -Mugabe habría despojado a los blancos de sus fincas, espina dorsal de la economía, para enriquecer a sus amigos-, sus modos autoritarios, han ahuyentado la inversión, puesto en guardia a las instituciones internacionales y fomentado el éxodo. La situación sanitaria es totalmente patética. Los partidarios de Mugabe alegan que todo nace de una conspiración occidental para socavar al régimen por haber expropiado tierras de blancos. «Fuerzas nocivas en Occidente se vengan de Mugabe por atreverse a corregir injusticias coloniales», dice un diario de Botsuana. El argumento hace eco: dado que Mugabe es criticado por Washington y Londres, siempre tendrá defensores. Parece haberlos encontrado recientemente en una reunión de jefes de Estado africanos en Dar es Salam. La impresión previa era que tirarían de las orejas a Mugabe, cuya policía había apaleado días atrás a varios políticos y fracturado la cabeza del líder de la oposición, Tsvangiray. Esta actitud deja en ridículo al continente. Pero Mugabe ha vuelto de la cumbre envalentonado. «Me apoyaron completamente. Cuando me preguntaron por Tsvangiray les dije que se le pegó porque se lo merecía». El respetado presidente sudafricano Thabo Mbeki estaría de acuerdo con él en que la postura occidental favorable a las sanciones es «una forma de neocolonialismo»... La responsabilidad de Sudáfrica es considerable. Mbeki ha tenido deslices importantes: minimizar durante mucho tiempo la gravedad del sida en su país o la de la impresionante ola de criminalidad que lo azota, pero es considerado un estadista. Con los excesos de Zimbabue, nación vecina y sobre la que Sudáfrica ejerce gran influencia, se muestra, sin embargo, comprensivo; pregona una diplomacia tranquila, sinónimo para muchos de cerrar los ojos ante los pucherazos y los crímenes de Mugabe. La comprensión y paciencia, irritantes para muchos, de Mbeki beben en la solidaridad con un antiguo correligionario en la lucha de liberación africana. Pero no caerle bien a la Administración estadounidense no lava, por sí solo, ningún desmán.

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