Diario de León

TRIBUNA

Matar a muchos ruiseñores

Publicado por
ENRIQUE CIMAS
León

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QUÉ ATENTADO tan grande, el de matar a un ruiseñor. Qué delito tan bárbaro, y tan sin sentido, precisamente contra una de las criaturas más indefensas y bellas. Y admiradas, por el primor de sus canoros y dulces arpegios, emitidos desde la rama de algún álamo. En efecto, aberrantes son los torvos propósitos que hay que incubar para el asesinato de una avecilla -«el hermano ruiseñor», diría San Francisco- que sólo sirve para alegrar el ambiente y los corazones. La escritora americana Nelle Harper Lee tituló a su novela To kill a mockingbird , Matar a un ruiseñor, porque pretendía -y lo consiguió- conmover a la sociedad americana con un severo alegato dirigido a los sureños obsesionados con la raza negra, incluida la paranoia delictiva del Ku-Klus-Klan. Fue tal el impacto ocasionado por la obra, que con ella alcanzó la Harper el Premio Pulitzer 1961; pieza literaria con cuyo tema Robert Mulligan dirigió una película magistralmente protagonizada por Gregory Perk en el papel del abogado Átticus Finch. Para recordar son los conmovedores términos con los que el genial intérprete habla a sus dos hijitos sobre la inutilidad, e inhumanidad, de la condena a muerte de un negro inocente (Brock Peters), víctima del odio de un pueblo de Alabama. Todo el arte de persuasión imaginable, toda la capacidad de convicción de que es capaz un padre -por añadidura, servidor de la Ley- y todo el esfuerzo moral de un hombre honrado, se concentran en los parlamentos del actor, ganador, con este film, del Oscar de su carrera. Atticus Finch trata de inculcar a sus pequeños dos cosas primordiales; una, el respeto a la vida por encima de todo; y otra, la oposición al autoritarismo, a la injusticia en definitiva, por muy asfixiantes que resulten las presiones de determinados sectores sociales. (Y, agrego yo, imponiéndolas por la fuerza bruta de la coerción. Los que con mayor ahínco coaccionan y escarnecen a los demás podrán generar miedo; pero la Verdad solo brillará en los confines del Derecho y la Moral, la Razón y la Honra. Don Pedro Calderón, en El alcalde de Zalamea afirma en versos por todos conocidos: «el honor es patrimonio del alma, y el alma sólo es de Dios»). De lo escrito más arriba se derivan razones sobradamente justificativas para una extrapolación al presente español. Incluso a todo el Occidente. El movimiento ecologista y Amnistía Internacional tienen acreditados incuestionables éxitos en lo que concierne al logro de un «medioambientalismo» ordenado y correcto, en el primero de los casos; y una encomiable actitud para el tratamiento, y posible solución de problemas que afectan a los derechos humanos, en el segundo. Y no obstante, y en mi opinión, ambas entidades se extralimitan al invadir ámbitos que corresponden a la propia médula de la existencia humana, ignorando que la vida desde su arranque primigenio goza, en cada individuo, de entidad propia por derecho natural, y marcha siempre indisolublemente unida al alma. Y el alma sólo es de Dios. Extralimitación que en unos -los del Arco Iris- se da por omisión. Y en los otros -los defensores de la libertad de las razas y los pueblos- por intervención sesgada y torticera, como en el caso concreto del derecho de la mujer a disponer a su albedrío -dicen- del propio cuerpo y, particularmente, en el tiempo en el que se desarrolla en su entraña la vida de otro ser. Derecho -insiste AI- a hacer y, a lo que parece, a deshacer. En especial esto último. Pero vayamos por partes. Respecto de lo que yo entiendo por omisión, de los Verdes, habría que buscar la razón del vocablo en la propia actitud de ellos; en su proceder salpicado de agravios comparativos. Por ejemplo, entre el «¡que nadie toque los nidos, ni los alevines de lagos y estanques, ni la freza de los peces en la gran remontada fluvial!»; que nadie ose alterar el equilibrio ecológico, la disposición natural en el campo, en el mar y en las especies todas de la biología animal; incluso vegetal, porque hay que tener, también, mucho respeto a los plantones, los pimpollos del Cáucaso y las delicadas ortigas enanas de Córcega. En todo eso hay que echar el resto¿ excepto con la raza humana. ¡Que le zurzan, al bípedo implume! Que pague sus culpas por repoblar con exceso la tierra (menospreciando, con esta afirmación, lo que Juan Pablo II vino a decir ante la Asamblea General de las Naciones Unidas y ante diplomáticos del orbe entero: es inexacto que falten recursos para alimentar a todos, lo que si se pone de manifiesto es una carencia muy grave de políticas contribuyentes a la fertilización de vastas zonas de la Tierra que están improductivas, sin ser trabajadas. El exceso no es de bocas, sino de inhibición de voluntades y brazos para elaborar más pan¿) Como, tal vez, diría el ecologista: ¡me van a comparar la belleza de un nido con la brumosa lejanía de un zigoto! que podría ser usado para que lo «trabajen», si viene al caso, en el laboratorio; que en el Ártico los ecologistas han salvado la vida de miles de focas fecundadas, pues perfecto, mola cantidad; que los periódicos añaden que en España, en el 2.006, se practicaron ¡ochenta mil abortos!, y que bastantes de los fetos habían alcanzado los siete meses¿, pues, ¡qué le vamos a hacer!»¿ Sin embargo, ya verán cómo los Verdes van a seguir, previsiblemente, apoyando con sus votos a los partidos que propugnen el aborto ilimitado¿ Y en cuanto a Amnistía Internacional, me pregunto qué tiene que ver su celo encomiable en hacer respetar la humana dignidad de los reclusos del mundo, con la libertad de la mujer embarazada para que pueda optar, sin «asesores disolventes», al derecho humanísimo de alumbrar su hijo. (En el primer punto del «código vital» de Redmadre se asegura que «toda mujer debe ser asesorada sobre cómo superar cualquier conflicto que se le presente en el embarazo). Por el contrario, los actualmente desviados epígonos del hombre bueno -católico por más señas- que fuera Peter Benenson, fundador de Amnistía Internacional, parecen afirmar que «es mejor que el mundo occidental viva cómoda y despreocupadamente, ya que lo que sobran son niños»; o, si no tan radicalmente, «que la mujer alcance una libertad que le otorgue la absoluta disposición de su cuerpo, y pese a que éste se halle ocupado por la realidad -más o menos desarrollada- de un nuevo ser». ¿Sexo?, naturalmente, opinará AI. Y con las debidas precauciones, no vaya a ser que la chica se olvide de la píldora del día después. Es decir, sexo, por descontado; aunque sin ataduras, descomprometido. ¿Que decrece de forma alarmante la población de nuestro país?.., «pues mire usted, lo sentimos mucho; y basta ya de sermonear»¿ ¡Cuánta utilización y cuánta «adhesión» con la mujer!; un ser especialmente respetable y querible, pero demasiadas veces ninguneado en su enorme estatura de persona, y de madre. O de futura madre. La última apuesta de Amnistía Internacional y, por implícita extensión, también de los ecologistas, es como un remar a favor de las corrientes ideologistas y relativistas que ahogan todo vestigio de solidaridad con el futuro de los pueblos; con los derechos de sangre y supervivencia; con la mujer y la familia. Con la humanidad¿ Decididamente se han exterminados millares y millares de incipientes seres humanos. Y es aterradoramente posible que esta sociedad adormecida consienta nuevas inmolaciones. Sí, que se mate a más, a muchos más «ruiseñores».

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