Diario de León

TRIBUNA

Ramón Carnicer y Asturias

Publicado por
SERAFÍN BODELÓN
León

Creado:

Actualizado:

EL ESCRITOR Ramón Carnicer ha fallecido en Barcelona a los 95 años de edad el pasado día 29 de diciembre de 2007. Quiero evocar aquí ahora su devoción hacia Asturias, donde tenía muchos amigos, entre los que me encuentro. El 24 de Febrero de 1990 estuvo en Gijón, como mantenedor de la fiesta del Botillo, organizada por la Casa de León en Asturias. Acababa yo de publicar recientemente en la revista Aquiana veinte artículos sobre Carnicer, un artículo por cada uno de los libros que hasta entonces había publicado este insigne fabulador. Hace de ello ya casi veinte años; pero después siguió publicando más libros sin parar. Me tocó en suerte el papel de presentar a Ramón Carnicer y a su esposa Doireann Macdermott al otrora alcalde de Gijón, que se llamaba Tini Areces, actualmente presidente del Gobierno de la Autonomía de Asturias. (Los tiempos pasan, pero los políticos quedan). Francisco Carantoña dirigía por entonces El Comercio de Gijón; le telefoneé, diciéndole que llegaba Carnicer a Gijón; Carantoña me habló de los artículos de Ramón Carnicer en La Vanguardia de Barcelona durante los años sesenta. Al día siguiente El Comercio publicó una nutrida página dedicada a Ramón Carnicer. La fiesta del Botillo se celebró en un amplio Restaurante de la Calzada con más de tres cientos invitados; en su discurso Carnicer evocó la emoción de hallarse de nuevo en Asturias; recordó que en Gijón había conocido las verdeantes olas del Cántabro mar en el ya lejano verano de 1935. Carnicer es autor del mejor libro que se ha escrito sobre Castillla. Me refiero a Gracia y desgracias de Castilla la Vieja. Los prebostes de Salamanca y los politicastros de Valladolid no deben conocer tal libro; si lo conocieran, sólo por ello, ya debiera Carnicer fiugurar entre los más insignes escritores castellano-leoneses, aunque ignoraran sus otros veintitantos libros; pero no, le borraron de la lista de similar modo a como en el Imperio Romano se practicaba la damnatio capitis. Si así condenan a sus hijos más ilustres, ¿qué no harán con los demás? No pudieron perdonarle que fuera un escritor libre e independiente, no adscrito a ningún grupo, ni sometido a ninguna facción, ni proclive a ninguna bandería. No era ni sectario ni secuaz; evocando al estoico Séneca podría decirse de él: «Sólo obedezco a mi conciencia, y no a ninguna otra razón». Pero hoy eso es algo que no puede perdonarse. Recuerda el autor en su libro de memorias titulado Friso Menor que en Julio de 1935, con 23 años de edad, llegó a Mieres para trabajar como funcionario de Correos. Acababa de aprobar una oposición con el número uno en plena Segunda República. Y es que en la Segunda República sí que había oposiciones libres, y no eso que ahora llaman «plazas de promoción interna». «Mieres, escribe el autor, pueblo minero e industrial de Asturias. La revolución de octubre estaba todavía reciente». Recuerda en sus memorias el escritor a varias personas del Mieres de aquella época. Habla de Manolín, que era comunista y había sido Jefe de la estación del Norte durante la revolución de octubre del 34. Manolín decía con orgullo: «Cuando nos rendimos, no faltaba ni esto en los almacenes»; es decir, nadie había robado nada allí. Con Manolín, con mineros y trabajadores de la fábrica metalúrgica habló Carnicer sobre la revolución reciente. Recuerda también al farmacéutico Antonio San Miguel, que se alojaba en su mismo hotel; juntos frecuentaban los «chigres» de Mieres muchas tardes para beber sidra. Evoca el escritor con simpatía los chigres de Mieres, pero no así la ácida sensación que le producía el líquido elemento de la sidra. Y recuerda las fiestas y romerías, «donde conocí una porción de chicas, en general rubias, no muy altas, guapas, y sobre todo deliciosamente cariñosas», puntualiza con certeras y sugestivas pinceladas. También recuerda en sus memorias a un tal don José Méndez Quevedo, huésped también de su mismo hotel; Méndez era maestro armero de una unidad militar destacada en Mieres, tras la revolución de octubre. Algunas veces se iban juntos a cenar a Oviedo, «donde había un barrio de lupanares denso, sórdido, no tanto como el de Mieres, realmente atroz». En septiembre Carnicer fue destinado a Ramales, en Cantabria. Antes de dejar Asturias, su amigo el farmacéutico, en son de despedida, compuso un «poema festivo en acrósticos». En Ramales Carnicer estuvo poco tiempo, pues la guerra «incivil» (término acuñado por R. Carnicer) pilló a nuestro escritor en Salamanca, donde conoció a don Miguel de Unamuno. Tras la guerra incivil Carnicer se estableció en Barcelona, donde se licenció y se doctoró en Filosofía y Letras. Y en Barcelona vivió hasta su óbito, o tránsito por la laguna Estigia hacia el Hades, con el beneplácito de Caronte y del Can Cerbero. Pero no obstante retornó a Asturias en muchas ocasiones. De nuevo está en Asturias en 1941, para asistir a un curso de verano en la Universidad; en sus memorias evoca a aquel Oviedo militarizado y un tanto sórdido, con una Universidad muy cerrada y endogámica, costumbres que parecen no haberse trasmutado casi nada con el paso de más de medio siglo. En Oviedo conoció a Miguel Cruz Hernández, con quien mantuvo correspondencia varios años; y en 1950 en París se volvió a encontrar a Miguel Cruz, no ya estudiante, sino catedrático. Venía Carnicer de Londres de despedir a la que sería su esposa Doireann Macdermott; se habían conocido en Ginebra y en Gran Bretaña Doireann había presentado a Ramón a su familia. En París, de regreso a Barcelona, Miguel Cruz y Ramón Carnicer recorrieron Montparnasse y Montmartre, y juntos tomaron una copa en «Aux Noctambules». Evidentemente París no era Oviedo, ni Londres era Gijón, ni Ginebra Mieres. No obstante a Asturias retornaba siempre que encontraba alguna excusa para ello. Como en esa ocasión del 20 de febrero de 1990, para pronunciar un discurso poético-literario en la hermosa villa de Jovellanos, cuya obra calificó como «lo mejor de la prosa castellana del siglo XVIII». Creo que Gijón le gustaba por varias razones: primero porque aquí conoció las verdes ondas del Cántabro mar; segundo por ser la patria chica del gran Jovellanos; y tercero, porque aquí hay muchos leoneses, como él, muchos bercianos, como él, y muchos villafranquinos, como él. A Doireann le gustaba Gijón por otra razón más: el color de las aguas del Cántabro mar le evocaban las costas de Hibernia; y los verdes de los montes de Asturias le hacían rememorar las verdes praderas que esmaltan la isla de Irlanda de un verde esmeralda. Antes de la fiesta del Botillo pasé a recogerles por el hotel, sito al final del paseo de Begoña de Gijón; y tras la fiesta, les retorné al hotel, antes de regresar yo a mi domicilio en Oviedo. Quisiera evocar también mi estancia en Barcelona en los años sesenta durante mis estudios en la Universidad de la bella ciudad Condal. Y con motivo de la celebración del veinticinco aniversario de mi final de carrera en dicha Universidad, una vez más retorné a Barcelona. Hubo una fiesta en el hotel Catalonia en la calle Balmes, donde nos reunimos amigos y colegas de otrora; pero nosotros, los de entonces, ya no éramos los mismos: tuvimos que ponernos en las solapas un letrero con nuestros propios nombres para reconocernos. Pero también me pasé por el domicilio de Ramón Carnicer y Doireann Macdermott junto a las laderas del nemoroso Tibidabo, para saludarles y compartir con ellos amistosa charla.

tracking