Diario de León
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FEDERICO ABASCAL
León

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LA INFINITA tristeza de Alberto Ruiz-Gallardón y el disimulado regocijo de Esperanza Aguirre no ocultaban ayer que uno y otra, al frente del Ayuntamiento y de la Comunidad de Madrid respectivamente, venían disputándose desde hace un par de años el manto de Rajoy, en la mutua convicción de que el líder popular iba a fracasar nuevamente en las urnas. Para estar en primera línea del proceso sucesorio, el alcalde sólo tenía que situarse inmediatamente detrás de Rajoy en la lista electoral que éste encabezase. De ahí que Aguirre entorpeciera desde el primer momento esa proximidad de Ruiz-Gallardón al líder del PP. Y para secar las aspiraciones del alcalde, la presidenta regional ha utilizado todas las actitudes instrumentales, desde ridiculizar los deseos de su adversario o competidor, hasta desplegar el reglamento interno del partido, que niega a los alcaldes el acceso a los escaños del Congreso. Y como hay excepciones, es decir, alcaldes con acta de diputado, Aguirre lanzó, en presencia de Ruiz-Gallardón, un órdago a Rajoy que a éste no pudo sorprenderle porque ya lo conocía. Siempre ha sabido la presidenta de Madrid qué cartas llevaba en la jugada, mientras que el alcalde se ha arriesgado a solicitar un escaño en las cercanías de Rajoy sin apoyarse tácitamente en más carta que sus éxitos electorales, que en dos ocasiones han superado record anteriores. Pero en los partidos no hay gratitud, sino ansias de poder, egoísmos personales y la crueldad suficiente para dejar al competidor sin resuello. Ayer le aconsejaba su tristeza a Ruiz-Gallardón esperar hasta el día siguiente al 9-M para reflexionar sobre su futuro político. En el entorno del alcalde se asegura que el hombre no sólo se siente derrotado, como él mismo reconoció públicamente, sino humillado. El efecto electoral para el PP de la marginación de Ruiz-Gallardón no es cuantificable a siete semanas del 9-M, ni es seguro que se produjera, pero de momento ha diluido el «efecto Pizarro» y desvelado que en Madrid, ayuntamiento y región, alcalde y presidenta parecían dedicar últimamente más atención al cuidado de sus ambiciones políticas que al servicio de los ciudadanos. Rajoy les ha sometido a una larguísima espera, creyendo tal vez que el tiempo iba a solucionar el problema, pero no ha sido así, sino que lo ha agravado, hasta el punto de que el PSOE ha visto el cielo electoral abierto y convierte ya este duelo intestino del PP en crisis institucional de Madrid, donde Aguirre ha amenazado con dimitir de la presidencia, para ser incluida en la lista de Rajoy al Congreso, si hubiera entrado en ella el alcalde, y éste hace público su desánimo desde el que no le resultará fácil gobernar la ciudad, en la que se desatienden políticamente problemas tan llamativos como el de la operación Guateque.

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