Diario de León
Publicado por
Pedro Rabanillo Martín
León

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Desde que en el transcurso de la primavera del año 2001, acudí por primera vez a un centro sanitario de la Seguridad Social, complejo asistencial de la Condesa de Sagasta, fui atendido con tal amabilidad y respeto, que de manera providencial me olvidé de la dolencia causa de mi visita. Una vez finalizada la revisión, localizándome una molesta alteración funcional, la receta de rigor ponía fin a la cita, no sin antes haberme emplazado el doctor García Norro y su enfermera María Jesús, a unas revisiones periódicas, que aún me vienen practicando, y siempre atendido con amigable deferencia, igual que los sustitutos/as que realizan el servicio en ausencia de los citados titulares. El decidirme finalmente por este modesto ejercicio de agradecimiento se debe a haber abandonado las suspicacias que de manera estúpida había maquinado, a causa de la multitudinaria afluencia de pacientes a las consultas, ideándome la imposibilidad de una normal atención. Desde las fechas señaladas he sufrido varias intervenciones quirúrgicas en el Complejo Hospitalario de León y Hospital San Juan de Dios, de las que he salido totalmente restablecido. Tanto especialistas y cirujanos como personal auxiliar, así como demás profesionales de las distintas dependencias, radiología, analítica, atención al paciente e información en general, rivalizaron en hacerme menos preocupantes, tanto los preoperatorios como postoperatorios, con semblante de agradecida amabilidad, sin los cuales se hubieran hecho casi insoportables los traumas por las operaciones. Sin olvidarnos del cuadro de enfemeras/os que con significante sensibilidad, aguantan las lógicas impertinencias que el estado, tanto físico como anímico de los pacientes les tiene ocupados. Las encargadas de la limpieza asumiendo la incomodidad de las visitas. Los cocineros/as, que con encomiable esmero arrancan la apetencia hasta de los enfermos/as más difíciles. A todos/as las más expresivas gracias y sincero reconocimiento. El habernos erigido en coprotagonista de este sincero ejercicio se debe al hecho de dejar claro que no inventamos actuaciones y/o situaciones exageradas que pudieran desvirtuar la veracidad de los hechos, pudiendo aportar testimonios de infinidad de pacientes -la inmensa mayoría- que han recibido y reciben el mismo trato, y que de manera incondicional se suman al reconocimiento, homenajeando a estos/as profesionales, a los que solamente una arraigada vocación les eleva a la suprema categoría de excepcionales seres humanos. Una vez explicado con detalle la razón de esta consideración, entramos en el verdadero quid de la cuestión, que consiste simple y llanamente en dedicar la máxima atención a cuidar este «maná» casi milagroso que tenemos a nuestra disposición la totalidad de ciudadanos/as de este país, además de las continuas avalanchas de inmigrantes que colapsan y desbordan las previsiones que la Administración va estableciendo; si no con excesivo celo al menos con aparente preocupación, habilitando lo más perentorio y urgente que requiere la situación; pero pasando por alto el principal elemento que marca el dinamismo del boyante servicio sanitario que recibimos. Nos referimos al colectivo sanitario humano en general -que venimos destacando- que con esfuerzo laboral adicional resuelve las carencias de inversiones necesarias y puntuales, evitando en lo posible el atasco, cada día más agobiante, que se instala en las salas de consultas y quirófanos. Este fenómeno de latente preocupación debería solucionarse con estimulantes incentivos económicos y personal complementario; sobre todo buscando el equilibrio entre las zonas con más prestaciones y las menos favorecidas. La salud no admite distinciones. Si nos mostramos rigurosos solici tando de la Administración todos los medios humanos y técnicos en pos de la salud, los millones de pacientes que a diario visitamos los centros asistenciales, deberíamos «autovacunarnos» de exigencias imposibles, sobrepasando, en algunos casos, los límites de la educación y el respeto; afectando con ello al normal desarrollo de la actividad facultativa, que exige el mismo estado de serenidad tanto del médico como del paciente, a fin de facilitar la atención a las citas que esperan su turno. No olvidemos este consejo y todos/as saldremos ganando. Una vez plasmada esta modesta explicación sobre los beneficios que la sociedad recibe con este servicio, tan imprescindible como obligado, gracias a la eficacia de los profesionales que la atienden, y justo es admitirlo, también en atención de la Administración en general y de las Autonomías en particular; nos queda a los beneficiarios/as ser consecuentes implicándonos en el deber de salvar su funcionamiento en caso de peligrar la eficiencia de que disfrutamos. Por tanto dada la importancia que requeriría la solución, solamente nos quedaría el recurso a la aportación económica -copago- asequible a la situación de los afectados/as que no pasaría de lo meramente testimonial y asumible a todos los efectos y a bolsillos aventajados. No sería justo y para que sirva de ejemplo: que madres y padres en edad de empleo laboral con hijos/as e incentivos muy ajustados tengan que hacer frente a gastos de farmacia y ortopedia que lleguen a tambalear sus economías; y pensionistas y/o jubilados con rentas y percepciones muy generosas, disfruten de total gratuidad de estos servicios. Es posible que esta recomendación levante «ampollas» en círculos cerrados de la tercera edad, de la que soy miembro de hecho y de derecho, por tanto consciente de las atenciones que recibimos: Centros de día, hogares de distracción, viajes subvencionados y otras ventajas, que de ser agradecidos deberíamos aportar en lo posible, medios a nuestro alcance para que la infancia, adolescencia y adultos en general, participen con el mismo derecho de lo más esencial en la existencia: la salud. (Si somos implacables con duras críticas ante un error o incidente involuntario, también debemos ser agradecidos por un eficiente servicio. Este es el espíritu de este sencillo ejercicio).

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