Diario de León
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VALENTÍ PUIG
León

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LAS PRUEBAS para el acceso a la universidad comenzaron con cierta sensación de que de cada vez seleccionan menos. En algunos centros se ha amenazado con suspender a quien fuese pillado con el móvil. El truco del pinganillo se estaba generalizando. La verdad es que, al descender el número de optantes al acceso universitario, el listón también ha bajado. Quedan pocas carreras que exijan más allá del simple aprobado. Donde el listón está más alto es para estudiar biotecnología -el futuro del siglo XXI, según se dice- en la Autónoma de Barcelona. Ahí se requiere un 8,6. En realidad, los exámenes de selectividad -como vemos en las estadísticas y en los cuadros comparativos- no han contribuido a la aproximación a un sistema educativo meritocrático. Uno de los procesos evolutivos más positivos del sistema democrático consiste en la meritocracia, difícilmente practicable sin la garantía de modo de control de calidad en la enseñanza. Frente a los fracasos del igualitarismo, el principio de igualdad de oportunidades continúa garantizando que los mejores alcancen sus metas sean cuales sean sus orígenes sociales. Una inmersión meritocrática mejora la movilidad social de un país. Es disponer de los mejores para lo mejor. Con igualdad de oportunidades, el individuo que se esforzó ha de tener más posibilidades de acceso. Los mejores ocupan el lugar por el que compitieron a partir de tal igualdad de oportunidades. Es uno de los notables estímulos para el ser humano y lo que le lleva -por reputación o por autoestima- a dar lo mejor de sí mismo. Uno de los objetivos capitales de la educación en el conoci miento, la transmisión del conocimiento. El profesor sabe y debe transmitirle ese conocimiento al alumno que no sabe. Es el conocimiento y no la psicología del alumno lo que centra todo el concepto de educación. La meritocracia sigue siendo una de las grandes reformas pendientes porque la inercia actual repercute en un vasto despilfarro de talento. Fundamentalmente, el igualitarismo ha llevado a una escuela en la que todos por igual merecen premios y recompensas, para evitar agravios comparativos y el estrés que produce competir. El descenso en los niveles de exigencia forzosamente tenía que ser abrupto, como vemos en España. Desaparecen los paradigmas de comportamiento que el maestro transmitía a los alumnos y la disolución de la autoridad acaba por generar violencia en las aulas, como metáfora de un colapso social. Han desaparecido los incentivos. Pero también el mérito está sujeto a las erosiones del relativismo. Estudiar más o estudiar menos, esforzarme poco o nada: lo mismo da. En España la calidad de la enseñanza anda por debajo de la media de los países de la OCDE. Está en juego el futuro de las nuevas generaciones y a la vez el horizonte de España en un mundo que, por ser de cada vez más competitivo, requiere de sistemas educativos exigentes y de probada consistencia. Se trata de saber más, de ser mejores, de competir y de vivir con más conocimiento. Dignos de emulación serían países como Polonia e Irlanda, tendentes a la superación y a esforzarse por los criterios de excelencia. Si es preciso ser más selectivos, la selectividad actual es un método obsoleto.

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