Diario de León

TRIBUNA

Mujer terrorista suicida iraquí

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PEDRO BAÑOS BAJO
León

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EL IMPARABLE incremento de los atentados suicidas cometidos por mujeres en Irak lleva a plantearse cuales pueden ser las motivaciones que las impulsan a semejante barbarie. El tema no es desde luego baladí. Al contrario del conjunto de la violencia en suelo iraquí, que se ha visto sensiblemente reducido en los últimos meses, el número de miembros femeninas de la red Al Qaeda en Mesopotamia que perpetran este tipo de ataques ha pasado de tan sólo dos en el primer año de conflicto, en 2003, a ocho en 2007, hasta llegar a la actual y escalofriante cifra de 24 en lo que va del año 2008. En total, 47 mujeres musulmanas suníes han elegido el martirio en nombre de su causa. Las razones para llegar a tal extremo de salvajismo hay que buscarlas en dos vertientes distintas. Por un lado, los marcados intereses del grupo terrorista en su empleo. Por otro, las cuestiones puramente personales. Para la organización fundamentalista, la mujer suicida tiene importantes beneficios tácticos. De entrada, consigue unos efectos mediáticos, a nivel internacional, muy superiores a si el hecho estuviera ejecutado por un hombre. Esto hace que consiga uno de sus principales objetivos estratégicos: que los ojos del mundo se vuelvan hacia su causa. Así mismo, el grupo logra que las mujeres accedan a lugares normalmente limitados o vedados a los hombres, tanto por en general sufrir controles de seguridad menos exhaustivos que los hombres, como por su mayor facilidad para camuflarse en el medio, bien sea en un mercado, en un hospital o simplemente en la calle. Tampoco debe olvidarse que las tareas que son habituales a las mujeres en las sociedades menos evolucionadas -como sirvientas, personal de limpieza, camareras, etc.) Hace que tengan acceso a ciertos lugares totalmente prohibidos para sus compañeros masculinos. Encima, sus ropajes tradicionales, amplios y que cubren todo el cuerpo, facilitan ocultar gran cantidad de explosivos. Al tiempo que posibilitan fingir estar embarazadas, para aún hacer los controles más superficiales. Otra gran ventaja que ofrece la mujer es que puede reemplazar a los hombres cuando su presencia escasea, bien sea por la eficacia de las fuerzas de seguridad, por estar más perseguidos y controlados o simplemente por haber fallecido en enfrentamientos con el adversario. Se constata, a modo de ejemplo, que el notable incremento de mujeres suicidas en las provincias de Diyala, Anbar y Bagdad está directamente relacionada con los éxitos logrados en la detención y eliminación de integrantes masculinos del grupo insurgente suní. En cuanto a las motivaciones personales, muchas veces desencadenantes de la caída en las redes de las organizaciones terroristas, acostumbran a estar relacionadas con la sed de venganza, fruto de la muerte o arresto de un miembro masculino de la familia más cercana (padre, esposo, hermano o hijo) ante las fuerzas adversarias. El perfil clásico de una terrorista suicida iraquí es una chica joven -entre 15 y 35 años, normalmente soltera (para que el grupo no tenga que hacerse cargo de sus hijos), de un nivel educacional bajo o muy bajo y procedente de un pequeño pueblo. Condiciones que hacen que sean fácilmente manipulables y controlables por los extremistas. Una vez convenientemente adoctrinadas en los más fundamentalistas conceptos religiosos y nacionalistas, la mujer llega a convertirse en una verdadera fanática, con una capacidad muy superior a la de cualquier hombre en cuanto a sufrimiento, entrega a la causa y sacrifico supremo. Al margen de que son convencidas, al igual que los hombres, de que irán directamente al paraíso si fallecen combatiendo por el Islam, su persecución del ideal en que han sido instruidas las hace estar completamente motivadas, convirtiéndose en un combatiente excepcional, muy difícil de contrarrestar. No cabe duda de que ha sido un salto evolutivo muy importante en el papel de la mujer en las organizaciones terroristas iraquíes. Si bien su rol siempre fue clave para la supervivencia de los grupos extremistas, la novedad radica en la cada vez mayor involucración en acciones suicidas. Ha pasado de ser una eficaz colaboradora en labores de apoyo y logísticas, la verdadera responsable de transmitir los valores a los hijos, a convertirse en la protagonista directa de la lucha santa. Lamentablemente, la previsión es que este tipo de acciones sigan siendo portada de periódicos y noticiarios con mayor frecuencia de la deseable. A las netas ventajas que el grupo fundamentalista obtiene son su empleo, hay que añadir que lo que sobran en Irak son mujeres que han perdido a seres queridos en esta confrontación, fratricida y contra las fuerzas internacionales, que ya dura ocho años. Estímulos no parecen que vayan a faltar. Sin embargo, y pese a todo, hay que seguir viendo una rendija abierta a la esperanza. Las mujeres que se embarcan en semejante disparate son tan sólo una pequeñísima minoría, aunque la repercusión de sus actos parezca indicar lo contrario. En la inmensa mayoría de los supuestos, la mujer iraquí únicamente es una víctima más de los convulsos y violentos tiempos que la ha tocado vivir. Pero la esperanza del pueblo iraquí de vivir en paz y armonía pasa, sin duda, por sus mujeres. En sus manos está la posibilidad de transformar su sociedad, evolucionar hacia posiciones pacíficas, de educar a sus hijos en la tolerancia y el respeto de la diversidad. Por encima de la llamativa pero minoritaria mujer terrorista suicida, hay que seguir esperanzados en la mayoritaria iraquí capaz de romper la cadena de odio y violencia.

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