Primorias en Cruces de Europa

LA FIESTA de Primorias en Vegabaño ha provocado una galerna en los tranquilos pueblos del valle de Sajambre. Según Aurelio, artesano de yugos y porrachas, la conferencia del jesuita Eutimio Martino fue docta y fantástica, pues algunos de los oyentes juran que Primorias era el reino de Don Pelayo que creó plaza fuerte desde Covadonga a Viñayo, mientras que otros se decantan por las primeras horas de guerra de los legionarios romanos, fortalecidos por un refrigerio de castañas, antes de enfrentarse a los fieros cántabros. El organizador, Manuel de Busto, soltó flamígero discurso prometiendo más trabajo y prosperidad, para que la montaña vuelva a vivir opulenta. Como consecuencia, los gerentes de Tragsa, empleadores tacaños de muchos sajambriegos, cambiaron sus rosados rostros en muecas de hiena, carnívoro que se extinguió en el Pleistoceno en la Montaña Cantábrica. El evento tuvo cuatro sucesos calientes: la comida, los bolos, la cruz y el orujo, inductor del tumulto. La jala de los manuelinos, pagada a precio de vellocino de oro, consistió en bollo preñao, empanada y tarrina de arroz con leche, encolerizando a los toñistas, votantes del alcalde Antonio Mendoza, partidarios de cocinar una bonitada. Para la partida de bolos, el mecenas aportó un novísimo juego de piezas en nogal de Toscana, pero los del corro impusieron jugar con los bolos del pueblo de toda la vida. El italiano equipo ha sido recuperado en Los Beyos, arrastrado por la corriente del Sella. La cruz de madera, de siete metros, fue clavada en la campa, bendecida por opusdeístas y kikos. Hoy está serrada en pedestal y brazos, sacrilegio con dos presuntos causantes, según el Seprona de Riaño: bien el Komando Clericida, de algunos ateos de la patrulla multiusos del parque nacional, o los discípulos de Rama, chamán que recoge bonguis en los prados de Manitú, enemigos de que el parque se llame de Cruces de Europa. Como toda fiesta que se precie, la riña a hostias se llevó bien.