Diario de León
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LOS GIGANTEs del motor están embebiendo. El presidente Bush, del que sólo sentirá nostalgia él mismo, ha decidido en una de sus últimas disposiciones, inyectar 12.500 millones en GM y Chrysler para impedir su quiebra. Los

expertos en economía sólo tienen una cosa en común con nosotros los que no sabemos nada acerca de esa abstrusa ciencia volátil: sólo es predecible el pasado. Para evitar la desastrosa situación de esas empresas es no sólo necesario, sino urgente, someter a estricto control sus gastos. Dicho de otra manera: los proletarios están en la obligación moral de ayudar a los ricos accionistas, ya que en caso contrario puede llegar un momento en el que no tengan a nadie a quien pedirle dinero. Se dice que en el último medio siglo ha cambiado el mundo más que en los 500 años anteriores, por no exagerar, pero sigue vigente la pregunta de Unamuno: ¿es más feliz un obrero de Detroit que un campesino de principios del XIX? Naturalmente, puede votar y vacunarse, pero está hablando de felicidad. Esa posesión de los que «moderadamente provistos de bienes exteriores» no sienten envidia y duermen bien.

La incertidumbre desvela incluso a los banqueros, cuyo aguinaldo va a ser recurrido ante el Supremo. La asociación de subinspectores de Hacienda lo considera ilegal y está dispuesta a acudir a la atascada vía judicial por considerarlo ilegal y discriminatorio para las demás empresas. Hay muchas, sobre todo las individuales, que están en bancarrota, a pesar de no tener banca. Que a nadie le sorprenda que Comisiones Obreras haya girado sobre su moderado eje. Tampoco de que se hable de huelga general, que por supuesto no es el mejor método para aumentar la producción. Eso de socorrer a los bancos en vez de echarles una mano a los clientes no se acaba de comprender. Y es que no sabemos economía.

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