Diario de León
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León

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EL ÚLTIMO minuto del año tendrá 61 segundos. Al parecer, es para ajustar el tiempo solar con el atómico. No subestimemos la importancia de tan minúscula unidad. Una lección de vida puede resistírsete durante años, pero, llegado el momento, bastará un segundo para que comprendas aquello que antes permanecía oculto. Lo esencial cabe en la eternidad de un chasquido de dedos. Hay un tiempo fuera de los relojes, un calendario que sólo a ti te pertenece, donde, en efecto, las estaciones se guían por tus estados de ánimo. Segundos como siglos. Lo confieso, esta columna le ha empezado a escribir tres veces, en tres intentos fallidos, pues me salía el catastrofismo, en serio o en broma, ante un año del que se dice que vendrá aún peor que éste al que le vamos a regalar un segundo de existencia, pero tampoco puedo aferrarme a un optimismo irresponsable, pues no hay que ser un lobo de mar para advertir que navegamos a la deriva y sin brújula. Por ello, hay mucha misteriosa belleza poética ese minuto final de 61 segundos. Un año nefasto agoniza y le concedemos un segundo de gracia, en un acto de compasión cronológica. A mis entendederas se le escapan las razones científicas para hacerlo, pero intuyo las espirituales, y me acojo a ellas como un náufrago al madero. Las grandes revelaciones, aquellas que dan sentido a nuestra vida, caben en un segundo; no necesitamos más para percibirlas, aunque el camino hasta ellas haya sido largo, incluso doloroso. El Papa nos ha advertido que «si cada uno sólo piensa en sus intereses el mundo va hacia la ruina». Frágiles son los cimientos de la nada, siempre la primera en derrumbarse y con gran estrépito. Sin embargo, ¿cómo no tener esperanza en un mundo donde un minuto puede tener 61 segundos? Adiós, 2008. Hola,2009.

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