Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER | VICTORIANO CRÉMER

León y su pintura

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VICTORIANO CRÉMER
León

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DESDE Monteserín, que era un buen pintor de cámara, vengo siguiendo más o menos, el llamado movimiento estético, de León. Y me complace asegurar que pintar, lo que se dice pintar, o sea proyectar sobre el lienzo mis impresiones, incluso mis pudores, no ha desterrado de mis alrededores la afición o mejor la vocación por la pintura.

Cuando era infinitamente más joven que en la actualidad y aprovechando la tendencia creadora de la época asistí a unas llamadas clases de pintura, ofrecidas por un maestro con oficina aparte, y desde allí me tentó la manía de emborronar pliegos de cordel e intentar poner una paloma o un barquito elemental de vela en mis escritos íntimos, tal vez para valorar de alguna manera mis escritos. Confieso en honor a la verdad que, pese a los esfuerzos del maestro, nunca fui capaz de hacerme un sitio, un espacio o siquiera una intención en el campo de la pintura.

Y me conformé con dar fe de los valores de la pintura que hacían los demás. El arte o la tentación de transcribir en imágenes sobre papel o tabla fue siempre una de las formas más impresio nantes y seguras de captar aquellas convulsiones de la sangre y del sentimiento que constituyen el medio de dotar de vida a la imagen sugerida.

Si de la poesía se dice que lo importante es el primer verso y que éste lo ceden los dioses, la primera caricia del pincel sobre la tela, también es cosa de que en estado de subversión plástica alguno de los dioses del Olimpo le conceda al pintor suerte y vigor para acertar con la primera pincelada y su color. Luis Cernuda, dejó escrito para general conocimiento del misterio o magia de la pintura que había que pintar la música para percibir sus latidos más acendrados y puros.

Pues lo mismo sucede con la pintura: Para alcanzar el título de pintor, aunque sea pintor de verano como despectivamente se denuncia, hay que conseguir encontrar la música y la poesía que son mecanismos principales del arte de pintar.

Y cuando más entusiasmado y generoso me encontraba en mis afiliaciones pictóricas, di con José Vela Zanetti, que cayó sobre las tierras dramáticas de León como un ángel caído, y me sentí comprobado y seguro.

Esto que Vela ofrecía, con todas sus derivaciones prosáicas, era pintura. Y me peleé con saña hasta conseguir que en León, que era la tierra inicial de ambos -de Vela y mía- se aceptara la pintura como signo de estilo, (que entonces se impuso la frase decisiva que servía para valorar la pintura que se ofrecía: «Ponga un Vela en su casa»). Y no solamente supuso una demostración de soltura estética la pintura de Vela, sino que se consiguió establecer una fundación y un lugar o casa de Arte para andar por casa.

Así de satisfecho, hasta que pasado algún tiempo, aquella formulación se quebró y se quedó en una pincelada fugaz.

Hoy, desde sus tierras de Burgos se intenta «relanzar» a Vela Zanetti. Y León, la tierra en la que Vela nació a la pintura, se sintió un tanto avergonzada.

Y los ecos históricos repiten aquello de que «Castilla y León hacen los hombres, para destruirles». ¡Qué pena!

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