Diario de León

CONTRACORRIENTE | MIGUEL PAZ CABANAS

Gaza

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MIGUEL PAZ CABANAS
León

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EL POETA italiano Arturo Graf escribió una vez que la violencia es la expresión del miedo y muchos años después Aldous Huxley nos recordó que el miedo no sólo ahuyenta o expulsa el amor, la inteligencia y la belleza, sino al mismísimo hombre de su propia humanidad. Habrá quien piense que los que padecen el miedo más profundo son los hombres y mujeres que estos días (los mismos días negros que se repiten desde tiempo inmemorial) ven cómo se derrumba a su alrededor cuanto aman, asistiendo con asombro a la lluvia de hierro y fuego que arrojan sobre sus cabezas otros más poderosos. Pero en el rostro de esas víctimas que exploran a tientas sus casas arrasadas y los cuerpos mutilados de sus hijos, o que lloran con amargura infinita su pérdida, no hay tanto miedo como simple y pura desesperanza: «Quien ha perdido la esperanza ha perdido también el miedo; tal significa la palabra desesperado», dejó escrito Schopenhauer. Pues bien, a tenor de lo dicho, bien podemos afirmar que quien realmente manifiesta su miedo no es el indefenso, sino quien desde su jerarquía militar golpea, tritura y destroza al más débil. Quien de verdad se muere de miedo, de un temor que empapa su piel y sus cartílagos, quien avanza con una furia que le quema las entrañas, es aquel que no puede hallar reposo en su alma y necesita, privado de paz, engañarse con violencias: violencias terribles, indescriptibles, humillantes, que lo convierten finalmente en un espectro humano.

No olvidemos nunca aquella otra imagen de Tiananmen: la de aquel hombre solo, minúsculo, enfrentándose a una fila de tanques con unas bolsas de la compra colgadas de sus manos. Aquel convoy de carros de combate, con su aspecto imbatible y amenazador, no venía sino del miedo, el miedo a la libertad de sus propios ciudadanos. Los que, permaneciendo sentados en nuestras butacas, somos testigos de esas atrocidades, compartimos su miedo. Y ese es el gran móvil de quienes continúan por el camino del terror y la intimidación: que su miedo nos siga pareciendo el nuestro.

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