Diario de León

TRIBUNA | ana maría guada sanz

Cualquier día

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HOY, AYER, MAÑANA, cualquier día es igual. Cualquier día vale para observar que España dormita en un enorme barullo, un paisaje donde llueve sobre mojado, donde este socialismo de diseño sólo sabe trazar esbozos mientras permanece sentado en la cabina de mandos de un Gobierno sin modales políticos y que debería limpiarse las legañas de la presunción.

Les ha costado mucho cantar las verdades sobre una realidad que no madura, una realidad sin proyección de futuro.

Hoy de nuevo una mañana poco diáfana que no deja entrar el sol, de nuevo hay resaca. El pueblo se deprime porque lo desatienden y su continua petición de ayuda no prospera. Anda husmeando, lento y entristecido, las huchas están vacías y proclaman su desamparo. A cambio un Gobierno que insiste en no corregirse, no calcula, no cuenta, no acelera. Hay que sembrar pero el sembrador no es el dueño de la hacienda. Se hace necesario arrojar su inservible cuaderno de malas recetas y abrir uno nuevo para salir del cubil, dar la cara y admitir errores.

Vivimos una vida cuyas riendas manejan personajes digeridos e incorporados a lo público por el pueblo que ve ahora como las cañas se vuelven lanzas.

Sentado en el trono, un leonés de un socialismo especie en extinción que habla de volver a la senda del crecimiento y de la protección social a los parados condenados a cadena perpetua. Pero que lejos ha llegado nuestro paisano, tan lejos que no se le ve en sus responsabilidades de gobierno. El pueblo quiere una vuelta de hoja, quiere remedios y asideros, no insatisfacción perpetua. Frente a él, este simulacro de Gobierno donde se ha abierto la veda, donde deberían aparecer colgados más trofeos de caza. Unos se van, otros deberían irse y otros se han quedado en espectros. Entre cazadores cazados, jueces que se desmayan, banqueros de cara sonrosada, sindicatos desmañados y españoles atufados se nos antoja un horizonte en el que ni haciendo palanca será nada fácil sacar la cabeza.

Demasiados tropiezos en la senda de los elefantes que recorre una izquierda socialista venida a menos para emparentarse con el pudiente.

Hartos de poner el moflete, los españoles merecen que se les pida perdón por un poder político en permanente connivencia con el arribismo económico. Los que mandan en esta España, a veces desconocida, son poco cuidados, talan, allanan y perforan un paisaje crujiente que no deja de chirriar.

El socialismo es el sumo sacerdote, faltan explicaciones muy claritas sobre la desembocadura de tantas dificultades, de tantas vicisitudes y desequilibrios que provocan cada día más silbidos a una política que se desmoraliza.

Demasiadas chapuzas y añagazas de este socialismo al que se puede acusar de rendirse al culto de la personalidad con un poder que echa un descarado pulso a la ética, un pulso difícil en el que no debería dejarse crecer nada sucio a su sombra. Políticos pragmáticos, gatos blancos o negros, pero que matan ratones. Me recuerda la época que vivió Séneca, decadente y brillante en apariencia, una época de integridades rotas con la pudrición inundando los últimos rincones y un agotamiento triunfante donde se persigue el hedonismo. El poder sólo predica, debería dar trigo pero el trigo escasea cada vez más en un país donde se quiere caminar a tientas hasta rompernos la crisma. Y es que el calvario que padecen millones de ociosos obligados alcanza ya tintes de tragedia, una plaga para la que ya no hay casa donde no brote.

Cuando las cosas están tan feas no se puede permanecer en las trincheras con el pretexto de refugiarse en el pasado o en un posible futuro porque ambos le roban sabor al presente. Importan el presente y el Gobierno de hoy.

Mientras, y aquí, en nuestro terruño la realidad también se vuelve hosca. Una realidad que no se gusta, que no se divierte porque es difícil arremangarse cada mañana para ir a más viviendo a menos. Al frente el condestable que como los faquires pisa descalzo sobre afilados pinchos, se acuesta en cama de clavos y en apariencia quiere parecer ileso. Nos prometieron una ciudad más habitable, más limpia, con más puestos de trabajo y mayor bienestar. Estar bien no estamos, satisfacciones no tenemos, la fortuna no nos acompaña y encima los diezmos se disparan; hasta saciar la sed nos saldrá caro. Necesitamos un fuerte meneo y un laxante que nos purgue. No levantamos cabeza y menos de león, mientras el dueño de la masía se empeña en errar por el mundo para que se enteren de que existimos. Es la conquista del gringo frente a la seducción de nuestro propio destino.

La ciudad muestra cansera, hastío, murria, y si esto no mejora el pueblo llano mandará a hacer gárgaras a quienes no le escuchen.

Ojalá cualquier día de estos nuestra capacidad de olvido nos saque de la memoria tiempos tan revueltos y sombríos. Hay que soltar lastre, soportamos demasiado peso para caminar.

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