Diario de León

HISTORIAS DEL REINO | MARGARITA TORRES

David Álvarez

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MARGARITA TORRES
León

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DE REGRESO de las tierras alavesas, traigo conmigo dos mochilas cargadas de aprendizaje: la una tiene mucho que ver con el trabajo brillante de la Fundación Catedral Santa María que, bajo el lema «Abierto por obras», ofrece a los visitantes un ejemplo excepcional de buen hacer con el patrimonio, del que deberíamos aprender en esta tierra, sobre todo las instituciones; la segunda, leída a vuela pluma en Vitoria, tiene que ver con un hijo de este León nuestro, admirado y querido en el País Vasco: David Álvarez. Me sorprendió el afecto que le tienen quienes o le han tratado o conocer su trabajo a través del testimonio directo. Todos confluyen en una misma opinión: es un ejemplo de empresario.

No sólo él puede entrar en esa calificación, es cierto, pues esta tierra nuestra ha sido punto de origen de muchos grandes nombres de la economía nacional e internacional, pero hoy quiero centrarme en aquello que convierte a éste, a David Álvarez, en empresario con mayúsculas. Muchos se quedarán con su fortuna, ganada sobre años de esfuerzos que arrancan en el Bilbao de 1962 cuando, con alrededor de 8.000 pesetas, creó la Central de Limpiezas «El Sol». Lento, pero seguro, paso a paso forjó un auténtico imperio, que hoy comparte con sus hijos, del que espera que algún día tomen las riendas sus nietos. Una tercera generación que desea que no vivan de las rentas, sino que aprendan que el dinero se esfuma y lo que resta es el trabajo diario. Un trabajo que el aborda con amor y pasión, que cimenta lealtades, firmes rocas en las que apoyarse y descansar.

David Álvarez atrae por su sencillez, por su talento, pero sobre todo y ante todo por la defensa de unos valores que la sociedad considera caducos a estas alturas: honradez, lealtad, cumplimiento de la palabra dada, preocupación por los demás, vocación de servicio y trabajo. Dice de sí mismo que se considera cristiano, y que esos preceptos aprendidos de niño calaron lo suficientemente hondo para que los convirtiera en bandera de su vida. Una vida de la que ahora depende la economía de casi tantas familias como las que pueblan nuestra ciudad.

Ya jubilado -si es que se ha jubilado-, ha vuelto a pisar el León de sus raíces, de su niñez. Y nos ha regalado futuro de empleo en la montaña, una sólida apuesta para la formación de nuestros hijos, un Instituto Bíblico y Oriental que nada sería sin él. En fin, la oportunidad de mostrar al mundo que esta urbe puede convertirse en punto de referencia de la cultura, si se sabe invertir en calidad. En Vitoria, donde comenzó esta reflexión, por la Catedral en obras desfilan cada año 100.000 visitantes, algunos tan conocidos como Ken Follett, que ha llevado el nombre de Vitoria por el mundo. A cambio, la capital le ha erigido una estatua en lugar destacado. Los vascos agradecen lo bueno.

Y aunque las envidias corren libres por nuestras calles, empujadas por los mediocres, muchos leoneses de bien se estarán preguntando cuándo alguien de la talla de David Álvarez recibirá el homenaje que se merece. Conociéndonos, quedará en una foto de postín, bonitas palabras al hilo de un micrófono y seguramente el vacío de la nada. Así somos.

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