Diario de León

la opinión del lector (II)

Por favor, no cortes el capullo de la rosa

Publicado por
Anatolio Calle Juárez. NAVATEJERA
León

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Porque no tendrás primavera. Nunca serás poeta ni admirarás el milagro de un jardín. Si matas en el inicio de su vida al niño que comienza a crecer y ya sientes en tu vientre, habrás renuciado para siempre a ser la madre que pasa blandamente la mano por su seno. Serás definitivamente la mujer que renunció a mirar con detención los ojos de un niño, y que perdió su capacidad para aocar de verdad su pecho. No me gusta la sangre, ni conversar con aquellos que lo ven todo feo, o ignoran la belleza y no saben detenerse ante el canto de un pájaro o ante la belleza de una flor, o no saben comentar, con labios convulsos, el paso de una mujer grávida, que por el niño dormido que lleva su caminar se ha vuelto sigiloso. La existencia se nos hace triste porque hablamos de la madre y al beso, a los ojos azules del niño, que nos dejan, de tan limpios, como ciegos. Cantaba San Agustín: «Niños recién nacidos, vida pequeña, gracia de Padre Creador, fecundidad de la madre, retoño santo, flor de nuestro honor y fruto bendito». Seamos poetas de la vida, no legisladores para poner centinelas a la fuente que brota. Hace unas semanas en una revista Antonio Mingote publicaba un dibujo a toda página: la estatua de una mujer semidesnuda, con los brazos cortados y sobre su seno un laúd, donde duerme la música, esperando: La mano de nieve que sepa arrancarla. Pero la mujer no tiene brazos para acoger el laúd. Es la mujer que ya no tiene manos para abrazar y perdió la música de la risa, del llanto, de las gracias, del vibrar del cuerpo del niño. Ella misma se cortó los brazos. Menciono a la poetisa, Premio Novel, Gabriela Mistral, acunadora de niños, maestra de la infancia que ha dejado sus versos embriagados de ternura y no quiere para sí más ventura que ésta: «Cuando ya vea a Dios, que no me de el ala de un ángel para refrescar la magulladura de mi corazón; extienda sobre el azul las cabelleras de los niños que amé, y pasen ellas en el viento sobre mi rostro eternamente». Me persigue el dibujo de Mingote: la mujer sin brazos con el laúd en su seno que ya no puede cantar a la vida. Para ella el feto que latía no era un ser humano. Tampoco en las cuerdas del laúd duerme la música, si no hay manos para arrancarla.

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