Diario de León
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La gaveta | césar gavela

Parece un cuento de Borges, interpretado por un actor muy desaforado. El cuento nos lleva a una enciclopedia. Un hombre crea una enciclopedia. Y define y cuenta a su aire mundos, reinos, países, siglos, mujeres, hombres, mitos, desiertos, montañas, botillos, bailes regionales, chorizos, catedrales, cecinas, ríos, mantecadas, narradores del noroeste, narradores sin norte, narradores cercanos al poder, y poetas estrafalarios. Ese hombre germinal crea ciudades, mitos, duelos, quijadas, caínes y abeles de la provincia. Lo inventa todo y deja para el final la idea rectora y clave, la que más acaricia y besa, excita y ama: el invento de sí mismo.

De su biografía. De su porte de gran intelectual del leonesismo, pero no solo eso. También del asturleonesismo, del lleunés, de la leonesidad, de la lliompedia, de lo céltico. Todo se inventa, todo se trama, todo es libre, todo es prodigioso. La invención del mundo, la gran fiesta ficticia.

Algo así es lo que pasó en León en estos meses pasados y oscuros. En los que, al tiempo que se organizaba el mundo al estilo de lo pretendidamente lleunés, se ponían en marcha rarezas administrativas. En cuyo desarrollo, se llegaron a imprimir los impresos oficiales en un idioma arcano. Es la literatura -”la mala literatura-” convertida en realidad. Es el tedio que deriva en osadía. Pero a veces así salen los frutos de la aritmética electoral, que obliga a partidos grandes a hacer concesiones infumables a formaciones tan pequeñas como decisivas.

Lo bueno es que todo este entramado se ha venido felizmente abajo. Provocado por el misterioso -”aunque no tanto-” Auslli, gran gestor de la Llionpedia. Lo bueno es que el alcalde de León y sus socios leonesistas han terminado con un juego burdo que tenía un punto no precisamente estrafalario. Ese punto era nada menos que quitar importancia a la mayor crueldad que ha vivido la tierra. Me refiero, claro, al Holocausto del pueblo judío. Cuya realidad odian los fascistas y también Ahmadineyad, el peligroso loco de Teherán.

El sentimiento de ser leonés, de amar a la provincia, de sentir emoción por ella, de implicarse en sus gentes, de conocer su historia, sus pueblos, valles y vidas no solo es loable. Es necesario. Es una obligación moral, muy fácil por otra parte de cumplir. Porque todo leonés ama a su tierra, como todo zamorano ama a la suya. O todo palentino, por hablar de una provincia remota y limítrofe a la vez. Lo leonés es algo que va mucho más allá de sus interpretaciones partidarias. No digamos de las delirantes construcciones étnicas que difunde la Ausllipedia . El sentimiento leonés sólo tiene sentido si es abierto, integrado, si conjuga luz, imaginación y memoria. Ser leoneses es una parte de lo que somos las personas que nacimos en León. Pero no la única dimensión que nos atañe. Ser leoneses y ser universalistas ha de ser lo mismo. Porque no se puede ser universal sin ser algo antes, previamente. Y a la par. En nuestro caso, leoneses.

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