Diario de León

El miedo al crecimiento demográfico

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León

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Tribuna | Rafael Puyol

Presidente de la I. E. Universidad

La mayoría de las personas suele tener un conocimiento bastante elemental, cuando no profundamente equivocado, sobre las cuestiones de población. Los estereotipos, los mitos o los prejuicios crean falsas percepciones sobre las variables demográficas y producen miedos infundados sobre el crecimiento futuro o sus componentes.

Probablemente, uno de los mitos más antiguos y más duradero es el d e la «explosión demográfica». El término se acuña en los años 50, al inicio de la etapa de crecimiento más fuerte. La tasa anual era entonces del 2,1%, un valor que permitía a la población doblarse cada 35 años. El discurso demográfico se dramatizó y se tiñó de alarmismos, dando lugar a un clima en el que aparecieron trabajos como el del biólogo americano Paul Ehrlich. Su famoso Population Bomb , publicado en 1968, es una lectura «malthusiana» y catastrofista del crecimiento a través de la que se pronosticaban hambrunas para los países subdesarrollados debidas al exceso de su población. Si se quería evitarlas, era necesario establecer un férreo control demográfico.

El libro otorgaba un papel ejemplar a EE.UU. como obligado impulsor de una política de «crecimiento cero» que después debía ser seguida por el resto de los países del mundo, particularmente por las naciones en desarrollo, sin reparar en medios e instrumentos para reducir la natalidad. Todas las medidas estaban justificadas para el logro de este fin, desde el retraso en la edad media para contraer matrimonio y la fecundidad hasta el aborto, pasando por las políticas propagandísticas o la esterilización «voluntaria».

La obra de Ehrlich tuvo amplia difusión, provocó la aparición de muchos otros trabajos que se movían entre la realidad y la ficción y suscitó un amplio debate científico sobre la interrelación entre población y desarrollo. Frente a las tesis de los que como él juzgaban que el crecimiento poblacional era un obstáculo para el progreso se situaban las de quienes juzgaban que, por el contrario, dicho crecimiento constituía un decisivo factor de desarrollo. En este lado del espectro se sitúan autores como Julián Simon o Esther Boserup, que defendían el crecimiento demográfico como un factor esencial para hacer crecer la demanda y para el abastecimiento de unos recursos naturales que no juzgaban insuficientes para atender las necesidades, sino simplemente mal e injustamente repartidos.

Las tesis pesimistas sobre el futuro de la Humanidad que se visten de catastrofismo en la obra de autores como Ehrlich o en el primer informe al Club de Roma ( Los límites del crecimiento de Dennis Meadows, 1972) se mantienen vivas durante la etapa de fuerte crecimiento, que se alarga hasta la década de los 70. Efectivamente, los efectivos del planeta que en 1950 alcanzaban los 2.500 millones superaron los 6.000 millones en el año 2000.

Pero ese periodo de fuerte expansión ha de ser considerado como excepcional e irrepetible. El miedo a un crecimiento desbordado y sin límites ya no tiene justificación. El siglo XXI consolida una etapa de aumento más moderado y se pronostica una cierta estabilización demográfica para su segunda mitad, en cifras mucho más bajas que las proyectadas en la etapa de fuerte expansión. La explosión ha sido controlada y la bomba poblacional, aunque no desactivada, ha sido de suaves efectos retardados. Las proyecciones demográficas del pasado sobreestimaron el crecimiento, que ha tenido que ser reestimado a la baja en distintas ocasiones.

La explicación de las diferencias obedece al juego de dos factores: la fecundidad, que ha caído con más intensidad de lo esperado, y el impacto de la epidemia de sida, que ha sido más fuerte de lo previsto. La combinación de ambas circunstancias ha ralentizado el crecimiento y seguirá haciéndolo durante algunas décadas. En el juego combinatorio de menos nacimientos y más muertes, el futuro depara un papel más decisivo a la intensificación de la desnatalidad que a la acción de la epidemia contra la que ya se ven mejores remedios.

En 2009, la población del mundo se cuantificó en 6.829 millones de personas, un volumen que alcanzará los 9.100 millones en 2050.

Después de haber registrado su máximo crecimiento anual en los años 80 con 87 millones, la población inició una fase recesiva hasta llegar a los 79 millones actuales y a la cifra probable de 31 millones en torno a 2050. Tenemos todavía un crecimiento fuerte, pero menor al calculado a comienzos de los 90, cuando la previsión era de casi 10.000 millones. No obstante, es una cifra para no bajar la guardia en las políticas de producción y distribución de los recursos que deben ser compatibles con acciones de sostenibilidad económica y ambiental.

El miedo al (fuerte) crecimiento ha adoptado en los países desarrollados los perfiles de su antónimo: el temor a decrecer por la combinación desequilibrada de nacimientos y defunciones, hoy resuelta gracias a los efectos correctores de la inmigración.

Pero, ¿y mañana?

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