Diario de León
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León

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Contracorriente Miguel paz cabanas

No me refiero a esos artilugios diabólicos que venden de madrugada en las teletiendas a los insomnes, o al último nombre que se le han dado a las inyecciones de dinero público para sanear las finanzas de nuestros ávidos bancos, sino a ese personaje truculento que formaba parte de los miedos más oscuros de las sociedades atrasadas, y que según lo que se ha leído recientemente, parece que ha regresado de las tinieblas, pero bajo la forma de una pesadilla de tintes reales. Leo horrorizado que en algunos países de Sudamérica se están dedicando a sacar la grasa de cadáveres humanos, después de darles el matarile y suspenderlos sobre una pira en lenta combustión. Parece ser que la de los niños es más valiosa y un par de monstruos que fueron interceptados con un frasco de grasa en un aeropuerto, confesaron que su fin era venderla, que ciertos laboratorios pagaban generosamente por hacerse con unos gramos. La industria farmacéutica y de cosmética se ha apresurado a decir que el asunto no va con ellos y han condenado cualquier insinuación sobre su uso con fines mercantiles. Hasta aquí el espanto y la convicción de que los únicos que mienten son los asesinos, dementes entregados a la práctica de ritos ancestrales y satánicos. Uno ya no sale de su asombro y parece como si aquel horror del que hablara Conrad en boca de su coronel Krug no tuviese límites en el género humano. Lo del sacamantecas se alza también como una metáfora siniestra de los tiempos que vivimos y sólo me queda añadir que, a pesar de que no tengan relación alguna, cada vez que veo a esos miembros de la farándula huyendo como posesos de su propia pero irremediable vejez -”y que, como dice un amigo mío con sarcasmo, no pueden acudir a los entierros porque el botox les ha dejado una risa perpetua en el rostro-”, me entra un sudor frío por la espalda.

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