Diario de León
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El rincón | manuel alcántara

En épocas no demasiado remotas los españoles gozamos fama de plusmarquistas de la indignación, siempre que estuviéramos sentados. Nada como un tipo más bien moreno y no muy alto que se cabreara a la hora de la sobremesa. Tenía una solución para todos los problemas, incluso para lo s que no le afectaban y no contento con eso, gritaba mucho para divulgar gratuitamente sus remedios. En aquellos cafés de divanes de peluche rojo y de mesas cuadradas donde el mármol procedía de indistintas lápidas, los estrategas amateurs propagaban sus convicciones en la misma medida que pedían a los camareros más bicarbonato. Eran otros tiempos. La célebre cólera del español sentado, que se atenúa mucho cuando se pone de pie, es algo distinto al enojo y al enfado. Se aproxima más a la ira y es verdad que sus consecuencias suelen ser más graves que sus causas. Los antiguos griegos decían que cuando nos acomete ese perturbador estado de ánimo lo mejor es callarse o recitar con la boca cerrada el alfabeto. Hasta que se pase, si es que se pasa. Si no se es analfabeto. Hasta que no transcurran estas fechas que anticipan a la Navidad el descontento va a estar represado. Se conjetura que su explosión sea después de Reyes, cuando únicamente tengan hojas los pascueros, pero el caso es que los españoles siguen sentados.. Unos con otros, continuamos ostentando el récord de estancia en el sofá, incluidos los que no tienen sofá. La crisis ha disparado el número de espectadores de televisión y las estadísticas, siempre inciertas hasta cuando son verdaderas, aseguran que cada uno de nosotros pasa cuatro horas frente a la pequeña pantalla, que es lo suficientemente grande para que quepa en ella nuestra ración de olvido o nuestra capacidad de evadirnos. Lo peor será ponerse de pie y no alcanzar a comprender por qué nos han engañado tanto.

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