Diario de León
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Cada día su afán José-Román Flecha Andrés

Aparejar» es una palabra que ha ido cayendo en desuso con el tiempo. Según el Diccionario, significa «preparar, prevenir, disponer». También puede entenderse como «vestir con esmero y adornar».

Es preciso tener en cuenta esos significados para entender un sermón que predicaba San Juan de Ávila en vísperas de la Navidad: «¡Bienaventurados días que se ocupan en aparejar el corazón para aposentar a su Criador! Que este tiempo del Adviento tiempo santo es, instituido para aparejarse el hombre, para aposentar a Dios. Pues Dios ha de venir a visitarnos, razón es aparejarle el corazón, para que lo halle, cuando venga, bien aparejado. De personas cuidadosas es mirar cuidadosamente si está aparejada la casa cuando han de recebir alguna persona en ella. Pues hemos de recebir no a hombres, sino a Dios, razón es de aparejar el ánima, no vea algo que le desagrade».

Aquel gran apóstol del siglo XVI deseaba que el alma se preparara para recibir a Dios hecho hombre. Sorprende hoy ver la semejanza de estos pensamientos con los que en el siglo XX exponía el teólogo Karl Rahner en su escrito «Sobre la teología de la celebración de la Navidad». Para comenzar, observaba él los preparativos externos y los adornos que hoy distinguen la fiesta de la Natividad del Señor. Sin despreciar todo eso, invitaba él a los creyentes a guardar silencio: a buscarse un lugar en la casa o en el bosque, para encontrarse consigo mismos.

En un segundo momento, los exhortaba sencillamente a reflexionar qué significa que Dios se haya encarnado, es decir, que haya adoptado en Jesús nuestra humanidad. Esa reflexión, por sí misma es ya fuente de serenidad y de paz. De hecho, nos ayudaría a vivir con un corazón agradecido a Dios. Y nos llevaría también a acoger a todo ser humano con la fraternidad agradecida de quien descubre en los demás un atisbo de la divinidad.

¿Que todo esto suena a extraño en un mundo superficial y secularizado? Tal vez. Pero los cristianos no podemos dejar que nos impongan el sentido de las fiestas que definen nuestra fe y el estilo de nuestra vida. Nos alegra saber que nuestras fiestas cristianas son un motivo de descanso y alegría para todo el mundo. Pero si perdemos el sentido de lo que celebramos será más por nuestra propia indolencia que por la presión del ambiente. Por si alguien lo ha olvidado, no celebramos las fiestas de invierno. Celebramos el nacimiento de Jesús de Nazaret, al que reconocemos como Señor y Salvador.

Y lo hacemos con aquella alegría a la que nos invitaba Cristóbal de Castillejo también en el siglo XVI: «Pues hacemos alegría cuando nace uno de nos, ¿qué haremos naciendo Dios? Grandes huéspedes tenemos, hagamos gran regocijo, pues nos dio la Madre al Hijo, por quien todos hoy nacemos. Nunca vimos ni veremos juntos otros tales dos, el Hijo y Madre de Dios. Pues hacemos alegría cuando nace uno de nos, ¿qué haremos naciendo Dios?»

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