Diario de León

LEONESES POR EL MUND. New Jersey | David Arias. obispo emérito de newark (oeste de nueva york).

El confesor de los ejecutivos

Durante quince años fue confesor en Wall Street. Conoció a Sinatra, Reagan y Clinton. Escritor prolijo, mantuvo apasionadas discusiones con los pieles rojas para defender las raíces españolas en EE.UU.

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pilar infiesta | redacción
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Mataluenga. Verano de 1941. Las retinas de un niño absorben con asombro la vida de los indígenas del Amazonas que desfilan por las filminas de un misionero. En la sala del pueblo se apelotonan 30 pequeños, pero sólo él y otro vecino deciden con rotundidad cambiar sus vidas en ese momento y marcharse con el agustino recoleto que da la charla, azuzados por la sed evangelizadora y de aventuras. Así, David Arias, uno de los siete hijos de los labradores Atanasio y Magdalena, emprendió con 12 años un camino que le llevó de San Sebastián a Granada, de México a Texas y de Roma a EE.UU. Su mochila vital fue ‘engordando’ con estudios de Filosofía y Teología, clases como profesor de Ciencias Cosmológicas y Naturales en el País Vasco, vivencias en el Vaticano y como prefecto de un seminario de Kansas.

Echó el ancla en Nueva York, primero como director de cursillos de cristiandad y de asuntos hispanos, y desde 1983 como obispo de la Archidiócesis de Newark, una «bonita y gran ciudad residencial» del área metropolitana enmarcada en New Jersey, el segundo estado americano en renta per cápita, famoso por su tecnología, sus laboratorios y su numerosa industria. «A mi llegada, EE.UU. me pareció un poco extraño, era otra cultura, otra manera de vivir, pero como la mayoría de la gente que me rodeaba era de habla española, el cambio no fue tan traumático. La verdad es que conviven tribus de todo tipo y, a veces, te chocan algunos vestidos, cortes de pelos y ciertas extravagancias», comenta. Tras 29 años en la cuna del capitalismo, admira el sentido de la organización de sus habitantes y su respeto a la ley, «que aquí es suprema y la última razón», indica.

Arias prefiere la charla a las compras y los cocidos a las hamburguesas, aunque es un hombre de su tiempo y a sus 82 años viaja acompañado de un portátil, conoce los gigantescos centros comerciales, los outlets, los cines, los estadios de béisbol y de baloncesto. Vive en una casa adosada a la Rectoría asentada sobre una «montañita de 150 metros de altura», según describe, a tres manzanas del río Hudson. Desde ella divisa el emporio financiero y los rascacielos neoyorkinos. Por delante de su casa cruzan cada día entre 3.000 y 5.000 autobuses que trasladan a miles de trabajadores al centro de Nueva York.

Su labor al frente de la Iglesia le permitió ‘reinar’ sobre una extensa red de 115 escuelas elementales, 25 de secundaria, cuatro universidades, siete hospitales —todos con el apellido católico— y un sinfín de programas sociales de atención a los sin techo, drogadictos y madres solteras, entre otros. Además, durante 15 años acudió de lunes a viernes a St. Joseph of the Palisades, 1397124194 ubicada en las tripas de Manhattan y Wall Street, para escuchar durante una hora confesiones y celebrar misas. «La gente que trabaja en esas grandes compañías tiene 60 minutos para comer, y muchos católicos emplean tan sólo media hora para el almuerzo y el resto van a los templos. Es cosa admirable, sobre todo, en fiestas como los Santos o La Asunción, cuando miles de católicos que trabajan en ese corazón financiero sacan su rato para acudir a las eucaristías y confesarse. Esos días hay colas que dan la vuelta a la manzana y las misas se celebran cada quince minutos, desde las once a la una de la tarde», explica.

En esas conversaciones constató que los ejecutivos cargan con una enorme tensión por mejorar y ascender en sus carreras. Como obispo también conoció al ex presidente Ronald Reagan, que visitó una de las universidades católicas bajo su mando, la Seaton Hall; a Bill Clinton, a Jimmy Carter, al humorista Bob Hope y al inigualable Frank Sinatra, durante una de las bulliciosas fiestas de los italianos católicos. «Me ha tocado discutir con gobernadores y alcaldes de Nueva York, porque la Iglesia está muy vigilante sobre la moral de las leyes que quieren promulgar. Hemos dirigido grandes manifestaciones», recuerda.

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