Diario de León
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Liturgia dominical

JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

Amor a Dios y amor al prójimo van unidos. El texto de hoy destruye por la base la crítica al Dios enemigo o antagonista del hombre. Dios no se complace en la muerte, y su gloria es la vida del hombre (dijo san Ireneo de Lyon). Amar no es firmar un documento y olvidarlo después en el fondo del arca. Amar no es apuntarse a una idea, ni afiliarse a un club para dedicarle sólo unas horas. Ni siquiera es amor esa compasión pasajera que hasta nos arranca unas lágrimas. El amor nace más hondo y llega mucho más lejos. Con él toda la vida tiene una luz diferente. Nos afecta a los ojos y a la mente... y al bolsillo.

Al que ama se le nota siempre: respira amor, contagia amor. « Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria, se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en cama y yendo de camino, acostado y levantado ». Está hablando del que ama a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas sus fuerzas. El amor auténtico tiene en Dios su fuente. Dios es amor, y la creación es extensión y prueba de ese amor. Por eso el amor es tan bonito: es que se parece a su padre, Dios. Para los que creemos en el Dios de Jesús, las demás personas son imagen de Dios; un reflejo tan claro de Él, que será imposible dejar de amarlas sin poder dejar de amar a Dios. Por eso el amor a Dios y al prójimo estén tan estrechamente unidos que forman un único mandamiento.

A nosotros nos toca testimoniar ambos amores. La gente nos entiende muy bien cuando vamos a mejorar nuestra posición social, o a cambiar de coche, o a divertirnos o, inclusive, a intentar realizarnos como personas. Pero casi nos da vergüenza decir que «amamos a Dios», porque parecemos hablar de cosas anticuadas, que no se llevan. Jesús nos dice que debemos amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser. Sin embargo, encontramos muchas personas que nos preguntan de qué servirá este amor. Deberíamos responder que Él es el centro de nuestra vida, el eje vertebrador que da sentido a la existencia. Este amor desmonta nuestras idolatrías. Deberíamos repetir mil veces todos los días que el amor de Dios es el centro de la vida y que este amor no nos aleja de amar al prójimo, sino que nos hace caminar hacia él con generosidad y entrega.

Hay muchas personas que viven tan ocupadas en trabajar y disfrutar, y tan distraídas por los problemas y diversiones de cada día que Dios no tiene sitio en sus vidas. Pero, nos equivocaríamos los creyentes si pensáramos que eso sólo se da en los que no creen en Dios o no se plantean su fe. Este ateísmo está también en los que nos llamamos creyentes, si Dios no es el único y el más importante Señor de nuestra vida. Deberíamos preguntarnos con sinceridad: ¿Qué espacio ocupa Dios en mi vida? ¿Y mi prójimo?

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