Diario de León

Érase una vez el trabajo

Hace casi un siglo, Keynes pronosticó que llegaría un momento en el que las máquinas provocarían lo que él calificó de ‘desempleo tecnológico’. De momento, la automatización de las tareas ha condenado muchos trabajos a la extinción... .

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cristina fanjul | león

La revolución tecnológica, el desarrollo de la Inteligencia Artificial y la automatización del empleo han originado una crisis en el mercado de trabajo cuyo horizonte resulta aún imposible de reconocer. El astrofísico Stephen Hawking apuntaba esta semana la posibilidad de que perdamos nuestro trabajo a manos de las máquinas. El científico precisaba que si las máquinas llegan a producir todo lo que necesitamos, el resultado dependerá de la distribución de las cosas. Advertía además que la conclusión podría ser una vida de lujo o, por el contrario, la completa miseria. Y es que, en su opinión, «la tecnología está impulsando cada vez más la desigualdad». El desplazamiento de la fuerza del trabajo por robots ha llevado incluso al secretario general de UGT, Pepe Álvarez, a proponer la aprobación de un impuesto tecnológico, una especie de gravamen a los robots, para pagar las pensiones. Y nadie está libre. La redistribución del trabajo afecta a cadenas de montaje, pero también a médicos e ingenieros. La medicina robótica es un ejemplo de que el futuro avanza a mayor velocidad que nuestra capacidad para asimilarlo,

Ya hay cientos de oficios que la tecnología ha extinguido en los últimos veinte años. La canción de The Buggles —Video killed the radio star— hace tiempo que es una certeza. Es el caso del operador de cabina de cine, la romántica figura que todos visualizamos con la película Cinema Paradiso. En León, el último representante de este oficio se llama José Antonio González. Han pasado 60 años desde que entró por primera vez en la cabina del cine Asturic de la mano de su padre. «Le llevaba la cena entre sesión y sesión. Tenía 12 años y fue entonces cuando comenzó mi afición. Mi primera película fue Candilejas», explica. Añade que cuando las películas llegaban en mal estado, a veces se cortaban y la pantalla se quedaba en blanco. «¡Ese sastre, que nos corta la película!», recuerda que gritaban los espectadores. A Astorga, las películas ya llegaban cortadas por la censura, pero había ocasiones en las que, dependiendo del tipo de público, había que poner la mano delante del proyector. Rememora que tuvo que hacerlo con una película de Fernando Fernán Gómez en la que éste encarnaba a un sacerdote. Asimismo, explica que la policía subía en ocasiones a la cabina para ver si la película era para mayores o para mayores «con reparos». «A partir de los 20 años, comencé a estar solo en la cabina. Las películas llegaban los viernes y las preparaba el día antes», explica. Este especialista en el cine artesanal destaca que cada película constaba de seis partes y con tres bobinas se ponía toda la película. «La luz la proporcionaban unos cardones que se encendían y proyectaban la iluminación sobre el objetivo». Por eso, recuerda que en ocasiones la película se oscurecí, porque la intensidad lumínica bajaba. José Antonio rememora que en una ocasión se equivocó y proyectó antes la cuarta parte en lugar de la tercera. «A mitad de la película, se murió el protagonista, que volvió a aparecer al final», destaca. «Hoy, el cine ya no se palpa como antes», lamenta...

El mundo de la impresión también ha sido uno de los grandes damnificados por la revolución tecnológica. Ángel Aller es uno de los últimos linotipistas que trabajó en León. Fue el primero y el último de la Diputación. Su oficio fue barrido por la llegada del offset en los años noventa. Su vida laboral comenzó en Diario de León con 15 años. Corría diciembre de 1959 cuando entró por primera vez para trabajar como aprendiz repartiendo el vespertino en los kioskos. Cobraba 200 pesetas al mes. Poco a poco fue aprendiendo el oficio de linotipista hasta lograr un puesto en una de las cuatro linotipias que tenía el periódico. «El redactor nos daba el texto a máquina y nosotros lo pasábamos en el teclado de la linotipia», 90 teclas de plomo en relieve que componían lineas enteras. El trabajo pasaba a continuación al cajista, responsable de montar el texto que terminaba en la rotoplana. En la Diputación, Ángel Aller fue el responsable de la mayoría de los Breviarios de la Calle del Pez, de la colección de poesía y de la revista Tierras de León. «Hacía seis mil letras por hora. Tardaba varios días en terminar uno de los libros», destaca.

Los últimos porteros

La llegada de los porteros automáticos fue relegando un oficio que en la actualidad es una excepcionalidad. Quedan pocos porteros en León. «No sé si llegarán a una veintena». La que hablas es María Teresa Merino, que cumple sus funciones en uno de los edificios del centro de la ciudad. Teresa destaca la importancia de su función. «Un portero está pendiente de todo. Revisa las tuberías, las calderas, se encarga de la limpieza...» Esta profesional comienza su jornada a las diez de la mañana y la termina a las ocho de la tarde. «Si en una casa no hay portero, puede entrar cualquiera. Es más fácil robar», asegura. Además, explica que cuando los vecinos no están, un portero es una garantía de seguridad. «En ocasiones, hay inundaciones o incendios que no van a más porque nosotros estamos vigilantes».

Conferencia a cobro revertido

Amparo Santiago fue una de las últimas operadoras de la Telefónica. «Nací con el teléfono en la mano», destaca Amparo para explicar que la profesión ‘la mamó’ en casa. «Durante la noche, la encargada de atender a los abonados de Santa María del Páramo era mi madre y yo estaba a su lado». Amparo Santiago fue durante muchos años la responsable de poner las conferencias de los abonados de la zona. «Teníamos a nuestro cargo 380 teléfonos de toda la zona. Al día, se hacían unas cincuenta llamadas, pero variaba mucho. En verano, por ejemplo, había muchísimo trabajo», destaca. Su papel también consistía en sellar los tickets de cada conferencia en los que se apuntaban los tiempos y las fechas para cursar los recibos. Amparo comenzó a trabajar para Telefónica con 18 años, en 1972, pero manifiesta que su salario lo cobraban sus padres. «A mí me daban una propina», dice, y afirma que el último año cobraron 17.000 pesetas. En 1978 llegaron los operadoras automáticas y se cerró la oficina de la calle Benito León.

El fin de la minería

La minería es una de los sectores económicos más afectado por la reconversión. En León apenas quedan mil mineros trabajando, cuando hace apenas veinte había alrededor de 20.000. Luciano López Fernández es un prejubilado de la minería. Vive en León pero su carrera se desarrolló en la mina Carbonar, de Cangas de Narcea. De estirpe minera —su padre y su abuelo vivieron del tajo—, Luciano destaca que cuando él comenzó a trabajar, había diez empresas mineras que empleaban a 299 personas en plantilla. «Ahora queda una empresa abierta y sólo 50 trabajadores no son subcontratados», destaca. Él nunca tuvo ningún percance grave, pero durante sus jornadas hubo dos accidentes mortales. En uno de ellos murió un amigo. «Se quedó sepultado y tardamos dos días en sacarle tras el derrumbe». Luciano lamenta la situación a la que ha llegado la minería. «Nos han engañado bien. Bruselas y el Gobierno español crearon el plan de prejubilaciones para cerrarnos la boca», denuncia. Explica que él se fue a casa con 42 años. «Fue una estrategia», asegura, y explica que para lograr el 82% del salario bruto tuvieron que estar dispuestos a permanecer callados. «Sabían que lo haríamos con el fin de lograr el coeficiente reductor. Para ello, teníamos que tener 18 meses completos, sin causar problemas. Fue una estrategia que les salió bien». Luciano advierte además de que una mina necesita de al menos 200 profesionales para mantenerse abierta en óptimas condiciones. «Ahora, la mayoría de los que trabajan en la mina son subcontratados, gente que no trabaja mucho y no cobra casi nada». Lamenta que las cuencas mineras se hayan convertido en auténticos desiertos. «Sólo quedan jubilados y prejubilados, cuando hace años estaban entre las zonas con mayor renta per cápita del país», asegura. Además, denuncia que los planes para la reconversión no crearon una economía alternativa al carbón.

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