Diario de León
Publicado por
Liturgia dominical JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
León

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E l evangelio de este domingo invita a acoger la semilla de la Palabra de Dios en lo más hondo de nosotros mismos. El problema no es que la semilla no llegue a todos (Dios la siembra en todos: no hay selectividad ni favoritismos). El problema no es tampoco que la semilla no tenga vitalidad para dar fruto. Ni tampoco que dependa de lo que nosotros hagamos, como si el fruto lo diéramos nosotros (la tierra): no, el fruto nace de la semilla. ¿Dónde radica el problema? En el modo como la semilla penetra y fecunda en la tierra. La cuestión está, por tanto, en la acogida que recibe la semilla en la tierra y, metafóricamente, en nosotros. La cuestión está en la primacía, en el valor de cosa absoluta, de radical incondicionalidad, con la que nos abrimos a la semilla. La semilla ya hará su trabajo; el nuestro es ante todo dejar que la semilla entre en lo más profundo de nuestra vida. Y esto que parece tan sencillo es lo que más cuesta. Tenemos la tentación de dejar la semilla en la superficie de nuestra vida; o no le damos su valor (como si fuera un aspecto más de la vida ordinaria, junto a tantos otros que nos preocupan más); o, aunque algo en nosotros nos diga que es lo más importante, queda ahogada porque no somos ni suficientemente valientes ni sinceros, para arrancar de nosotros aquello que amenaza con ahogar la semilla.

La semilla es la Palabra de Dios, el Evangelio. Pero no reduzcamos esta Palabra de Dios -este Evangelio de Dios- a un libro, a unas palabras que decimos en la Misa, a unas fórmulas que hemos oído y que sabemos de memoria. El Evangelio es el criterio, la luz, la guía. Pero la Palabra de Dios es más. Porque si no fuera más, Dios sería algo lejano, perdido en tiempos antiguos, no sembraría en cada uno de nosotros. Y en realidad Dios siembra siempre, porque semilla suya es todo lo que hay de Dios en nuestro mundo y en nuestra vida. Quizá sea la palabra de un amigo, lo es ciertamente el amor de quien nos quiere, lo es el ejemplo de tantos hermanos, lo es todo lo que hay de bueno, de justo, de amor, de verdad... Todo. Un todo que se ha manifestado máximamente en la palabra de Jesús y más aún en el mismo Cristo, pero que llega a nosotros de mil modos. Esta es la omnipotencia de Dios: que siempre siembra en nosotros su semilla para que dé fruto. La gran cuestión que nos debe afectar es cómo acogemos esta semilla. Porque sólo acogiéndola sinceramente, en lo más hondo de nuestra vida, esta semilla, el Reino de Dios, crecerá en nosotros y en la humanidad.

Cada domingo, cuando nos reunimos para celebrar la Eucaristía, hay una razón primera y fundamental que motiva esa confluencia en torno a la Mesa de la Palabra y del Banquete eucarístico: porque creemos que el amor que Jesús predica, que se hace solidaridad, entrega y esfuerzo por una vida más plena, es algo verdadero, y no el simple sueño de cuatro visionarios. Por eso, porque lo creemos, nos reunimos aquí, lo celebramos, damos gracias, en torno a esa Palabra, a ese Pan y a ese Vino que son el sacramento de nuestra esperanza y la fuerza -el alimento- que nos empuja a seguir caminando. En consecuencia, habremos de estar dispuestos a ser tierra buena en la que la semilla que Jesús ha sembrado pueda dar fruto y fruto abundante.

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