Diario de León
Publicado por
Liturgia dominical JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
León

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L as tres lecturas de este domingo se centran en la comunidad cristiana. Llaman a evitar interpretaciones triunfalistas, pero también apuntan a la meta que se debe conseguir, con la exclusión del individualismo, patrimonio de muchos cristianos. Se ofrece una presentación positiva de la Iglesia. Ser comunidad es ayudarnos a vivir la vocación de santos o, si se prefiere otro lenguaje, es apoyo para la maduración de la fe. De este modo, se puede ofrecer una visión positiva de algunas realidades eclesiales. Primeramente, la corrección fraterna. Se trata de corregirse con humildad, más allá de simpatías o antipatías. El único móvil cristiano es el bien de los demás y nunca la crítica fácil o hecha por la espalda.

En segundo lugar, se trata de la autoridad (diaconía) eclesial, que es la que orienta, dirime cuestiones, crea comunión y ayuda a interpretar las llamadas del Espíritu. Esto exige diálogo y discernimiento compartido sobre por dónde caminar. En tercer lugar, la comunidad apunta a un eje que la vertebra y transforma: la plegaria; la Iglesia es comunidad orante en todos los momentos de su existencia. Finalmente, se subraya que la comunidad es presencia del Señor; habrá que valorar más el «reunirse», dándole el sentido originario de compartir.

Con la acogida de esta Palabra que nos empuja a un mejor estilo de vida comunitario, entenderemos que el amor fraterno no se puede reducir a hacer el bien a los demás, construir un mundo más justo, perdonar a quien nos ofende. A menudo nos quedamos en pensar que esas son cuestiones de vida privada, de la que cada uno es responsable. Si nuestro hermano peca, él es el responsable de sus pecados. Pero la Palabra de Dios nos dice que no basta con adoptar una actitud benévola con el hermano. El amor cristiano va más allá. Es preciso llegar a sentirse corresponsable de sus virtudes y de sus pecados. Sus pecados no son exclusivamente «cosa suya». Porque se le ama, debemos sentir sus pecados como un gran fracaso también nuestro. Precisamente porque se le ama hay que tratar de evitarle esa gran desgracia que es el estar hundido en el pecado. Es hora ya de abandonar una concepción individualista del pecado. El pecado, como la gracia, tiene repercusiones colectivas, comunitarias. Afectan a la comunidad local y también a toda la Iglesia y aun a toda la humanidad., en una especie de vasos comunicantes.

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