Diario de León

Un corazón de robot en las entrañas del Alto Sil

«La juventud no sólo no está perdida, sino que vienen tiempos mejores». Hay que confiar mucho en las nuevas generaciones para quitarles un sambenito que se arrastra desde tiempo inmemorial. El escritor leonés Andrés Rubio lo hace con ‘Corazón de robot’, su primera obra de ficción, una novela juvenil ambientada en un territorio imaginario que bien podría ser Páramo del Sil, su tierra natal, y en la que seis personajes debutan en la madurez, con los móviles como herramienta de comunicación, enfrentándose a placeres y peligros con una heroicidad y autonomía que no se les supone. .

Andrés Rubio rodeado de libros y revistas en su casa. ALFREDO ARIAS

Andrés Rubio rodeado de libros y revistas en su casa. ALFREDO ARIAS

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ana gaitero | león

La adolescencia es ese «momento fulgurante de la vida, lleno de cromatismo y pasiones, como un día en el que se suceden la lluvia, el sol y el arcoíris», en palabras de Andrés Rubio; y también una etapa temida por madres y padres en los albores de un siglo en el que la tecnología, el uso masivo de los móviles como herramienta y espacio de comunicación, ha cambiado radicalmente las formas de relacionarse entre ellos y con el mundo adultos. Controlarlos es, más que nunca, tarea imposible. Pero hay que confiar.

Es el mensaje del escritor y periodista leonés que rescata esta etapa en su primera obra de ficción, Corazón de robot, escrita a cuatro manos con Use Lahoz, y ofrece un retrato de la juventud actual que, asegura, «traerá un mundo mujer». Los seis personajes que construyen a partir de entrevistas con jóvenes reales pasan el verano en un territorio imaginario que bien podría ser Páramo del Sil, pueblo natal de Rubio.

Se trata de Kenzo, el friki; Patricia, la niña buena; Yoli, la choni; Cani, el gracioso; Almendra, la hippy y Gonzalo, el pijo. Enfrentarse a la adolescencia no fue una tarea fácil. Los diálogos chirriaban y decidieron entrevistar a 15 adolescentes reales para conseguir el tono adecuado a los tiempos. Con este ejercicio casi periodístico, «nos dimos cuenta de que estamos muy alejados» de la adolescencia de hoy. La tecnología ha revolucionado la forma de relacionarse entre adolescentes y para los adultos es más difícil descifrar sus códigos.

Ilustraciones de Corazón de Robot. DIEGO LARA.

«Pueden comunicarse con 5 o 6 chats abiertos al mismo tiempo y se manejan muy bien. La tecnología que abre nuevas vías de comunicación a la gente, también supone unos riesgos», comenta Andrés Rubio. Una de las protagonistas se enfrenta a un intento de acoso por parte de otro chico, uno de los riesgos de la sociedad digital en la que los móviles acaparan «un porcentaje importantísimo de la comunicación de los jóvenes y plantean retos a los padres como estar al tanto de lo que pasa con sus hijos cuando entran en esa dimensión tecnológica que no controlan», añade.

Frente a la angustia por cómo controlar estas vidas en tránsito a la edad adulta, la novela presenta una historia que resuelven sus protagonistas. Las chicas y chicos de Corazón de robot revelan que son «capaces de reconocer el peligro y enfrentarse a él».

La aventura transcurre en un «verano maravilloso» de esos que casi todo el mundo tiene en el baúl de los recuerdos de su infancia. Los seis personajes coinciden en un campamento de inglés y se van conociendo y ampliando el umbral de conocimiento del mundo y de experiencias: se enamoran, discuten, observan los problemas... «De pronto, son autónomos, se enfrentan a las primeras decisiones como adultos y llegan a tener reacciones heroícas», añade. El escritor leonés confiesa que de los 15 jóvenes que entrevistaron para construir a estos personajes, «me gustó mucho que todos eran equilibrados, inteligentes y sin aristas, salvo las propias de la edad», agrega.

Es un verano idílico que se enmarca en un entorno natural privilegiado, inspirado en el Alto Sil donde creció Rubio, y en la montaña turolense de donde es originario Lahoz. Insertar el Corazón de robot de los Milennials en un espacio natural privilegiado no sólo ha sido un guiño de los autores a sus lugares de origen y a sus experiencias vitales, sino también una forma «de subrayar que lo digital es muy importante pero también la meditación y estar en contacto con la naturaleza», precisa. «Es un territorio imaginario, pero es verdad que hay un guiño a mi territorio emocional de la infancia y la adolescencia», comenta el berciano.

Frente a aquella célebre frase que repite la humanidad desde hace miles de años, «la juventud está perdida», Andrés Rubio contrapone un voto de confianza a favor de las nuevas generaciones. En primer lugar, observa, «la relación chico-chica ha cambiado mucho. Ahora hay más igualdad y los adolescentes son sensibles también al respeto. Veo un cambio muy favorable».

Otro tanto a favor de los jóvenes de hoy es que sus «relaciones tienen una espontaneidad mayor y no están tan filtradas por imposiciones sociales», apunta. Frente a la imagen de manada peligrosa que potencian las malas noticias, en la novela se recogen nuevas formas de relación basadas en el respeto y que son muy reales.

Hoy en día, los chicos saben que si la chica que le gusta se coloca en la friend zone no tiene nada que hacer, ya no puede ligar con ella». Esto que supone una «preocupación» para el chico es un ejemplo del grado de autonomía de las chicas.

Andrés Rubio es muy optimista respecto al mundo que viene. «Se acerca una generación de mujeres aún más libres», apunta. Lo cual no quiere decir, apostilla, que no existan problemas y riesgos. La Choni, una de las protagonistas, tiene como ideal «ser la excepción para un malote» y entra en la zona peligrosa cuando cree que lo ha conseguido. La situación «deriva en algo inquietante que va a tener que saber resolver», añade. «El mensaje es que lo que tienes que conseguir es que te traten bien», agrega Rubio.

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