A Francia y a copiar
Región de la Camargue, casi provenzal, sur francés, mucha historia en piedra, mucho agro envejecido... y había un antiguo monasterio vacío rodeado de terrenos propios de cultivo que un día cavaron los frailes... pasó por allí hace treinta años un arquitecto y se le encendieron las ocurrencias... ¿no cabría ahí un hotel sugerente, un restaurante de finuras y una vieja seña monacal: cultivar sus nueve hectáreas y consumir esos productos en su cocina de una forma tan creativa, que no le sea difícil alcanzar con ellos en muy poco tiempo una estrella Michelin?... y lo logró.
Ese monasterio-hotel es maciza belleza; su rehabilitación, exquisita; su entorno, verdor; y su dueño, feliz, al carajo dibujar más casas... se hizo hotelero y arquitecto de paisajes al convertir en jardín cada huerto y tramo de cultivo metiendo con geometría versallesca frutales, hortalizas, trigos, sebes trenzadas, cierres vegetales floridos, espalderas de varal, tomateras de celosía y todo un catálogo de artes antiguas de labranza que hacen de ese espacio agrario un museo vivo de algo que ya no se ve siquiera en el poco entorno que aún vive del campo.
Y quisimos imaginar algo posible aquí también, en Sandoval, por ejemplo, en Nogales, en la gran cillería de Bécares, en Carracedo, Trianos... pero como esto es dar ideas al diablo asaltador, Peláez exige que quien acometa en estos sitios alternativa parecida se pase primero por Francia a ver, a informarse, a copiar, a curarse en salud francesa de la que tanta cosa buena nos vino en los últimos mil años, sin incluir ahí necesariamente alguna reina borgoñona metomentodo y algunos abades comendatarios del Cluny que expoliaron pueblos o colonatos.
En Francia sigue habiendo escuela en la que también habría que matricular algún tiempo a todo concejal de turismo, consejero de agriculturas o ministra de cuarto ambiente. Si además de todo el patrimonio que guarda tuviera Francia este sol español, nos robaría la mitad del paquete turístico hasta escarmentarnos y aprender como ellos a cuidar, enriquecer y mimar lo que aún no hayamos devorado.