Una de indios

Méjico es en gran medida el hijo de una España conquistadora que llegó a América más salida que un balcón y de una Malinche conversa que abrió la puerta y las piernas a un profuso mestizaje indígena, lo que felizmente sirvió para que la conquista fuera más allá de la habitual masacre de nativos (las hubo) y pillaje de recursos y tesoros (a tutiplén), lo normal en las conquistas/colonizaciones de entonces, de antes y de después; en Norteamérica, por ejemplo, fue más fácil el exterminio, los rifles habían mejorado muchísimo desde el arcabuz y se trataba de tribus dispersas y neolíticas (salvajes pieles rojas, decía el colono inglés), no de una cultura urbana con sistemas sociales complejos como la azteca o la maya, cuyos descendientes populosos están vivos y así pueden exigir hoy explicaciones y perdones por lo que les robaron a sus ancestros (Espanya ens roba, dicho en náhuatl ampurdanés).

Hay que revisar la conquista de Méjico con un gran foro científico que case todas las historias discordantes y todas las memorias historiantes, viene a proponer el presidente del país, López Obrador, nieto de santanderino exiliado y descendiente, pues, de conquistadores, ándelé, pero antes exige al rey de España algo que aquí se ha sentido como un humillante ¡póngase de rodillas, majestad, y pida perdón!... y tampocu ye pa’ntendelu así ni pa’ponese asá, apuntó Peláez, pues el mejicano lo dice como queriendo conciliar, pero haciendo inoportunamente propio el creciente clamor populista, indigenista y progresista que siembra por todo el continente unas ganas furiosas de apear del pedestal a Colones, Juníperos, Corteses... (Obrador sabe que lo que pierda por inoportuno lo gana por oportunista)... pero los descendientes de Moctezuma lucen hasta hoy los títulos nobiliarios que les concedió el rey de España, desde el inicio se hizo oficial la lengua náhuatl hasta en la universidad, el mestizaje fue convenido, la inculturación fue un hecho y sobreviven hoy costumbres, credos, ritos... resumido: chingamos tan felices y se creó una nación donde dos pueblos y cien «taifas» solo vivían para matarse.