Diario de León

OPINIÓN Vicente Poveda

Maestro del humor y el mal genio

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León

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«Pecador. Engendró hijos e hijas. Rezad por él». El fundador del Opus Dei, Josemaría Escrivá de Balaguer, pidió que se pusiera esta inscripción en su tumba. Sin embargo, tras su muerte en Roma el 26 de junio de 1975, sus allegados decidieron que sobre la noble lápida de mármol oscuro de su sepultura se leyeran sólo dos palabras en letras doradas: «El Padre». Así era como sus miles de «hijos espirituales» llamaban al sacerdote español, nacido en Barbastro el 9 de enero de 1902 y que fue canonizado hoy en Roma por el papa Juan Pablo II. El doctor en Derecho Civil y Teología se veía a sí mismo como el cabeza de una gran familia. Ordenado sacerdote a los 23 años, fundó el Opus tres años más tarde, en 1928, tras recibir una «llamada divina» mientras rezaba en un convento madrileño, según contaba. La gente que tuvo contacto con él recuerda su gran carisma y su buen sentido del humor. De sí mismo decía ser un «fundador sin fundamento» o, por ejemplo, aseguraba también que el único fundador que conocía era el de las botellas, en alusión a una conocida marca española de brandy. Según explicaba, ante Dios se veía como un niño de tres o cuatro años o, incluso, como un «borrico sarnoso». No obstante, su conocido mal genio es uno de los puntos que más críticas despertaron ante la decisión de Juan Pablo II de beatificarlo en 1992. Además, según cuentan ex miembros del Opus Dei, el sacerdote tenía un gran afán por los honores personales. El nuevo santo aseguró haber juntado sus dos nombres en uno, Josemaría, por devoción a la Virgen. Mientras, sus enemigos le acusan de, por vanidad, haber cambiado sus apellidos de Escrivá Albás a Escrivá de Balaguer y Albás y de haber rehabilitado el título nobiliario de «marqués de Peralta», que poco después, en medio de críticas, acabaría trasmitiendo a su hermano menor Santiago. Los críticos hablan a menudo también de culto a la personalidad del fundador. «He conocido a siete papas, cientos de cardenales, miles de obispos. Pero fundador del Opus Dei sólo hay uno», decía Escrivá a sus adeptos, quienes, como saludo ordinario, hacían una genuflexión ante él y le besaban la mano. El sacerdote llegó a profetizar, erróneamente, la fecha de su muerte y no tuvo reparos en prometer el cielo a quienes le fueran fieles. Pese a todo, monseñor Escrivá, autor de libros como «Camino», con 4,5 millones de ejemplares en 42 idiomas, es considerado un precursor del Concilio Vaticano II (1962-1965). Predicaba algo que luego sería uno de los elementos centrales de la doctrina conciliar: el que cualquier persona, independientemente de su profesión y estado civil, puede alcanzar una vida cristiana plena, sin necesidad de ordenarse sacerdote o de llevar una vida consagrada. Sin embargo, la crisis aparente en la que cayó el catolicismo en el postconcilio produjo un gran sufrimiento a Escrivá. «Los enemigos están dentro de la Iglesia», repetía constantemente, en ocasiones sin ocultar sus lágrimas. «Hijos míos, tenéis que rezar por este Papa y por el siguiente, que se va a encontrar todo hecho un desastre». Aunque numerosos miembros españoles del Opus apoyaron abiertamente al régimen del general Francisco Franco (1939-1975), se dice que Escrivá no tenía un gran afecto por el dictador. Al menos una vez, el sacerdote llegó a enfrentarse cara a cara con «el Generalísimo», cuando éste insultó públicamente a un miembro del Opus Dei, opositor del dictador, diciendo que no tenía familia. «Tú no tienes familia». «El tiene la mía», contestó Escrivá desafiando a Franco. La figura de Escrivá continúa estando llena de muchas otras sombras. Se sabe, por ejemplo, que estuvo a punto de ser asesinado durante la Guerra Civil española (1936-1939), que fue duramente perseguido por una poderosa orden religiosa o que en los años 50 hubo una conspiración a espaldas del Papa en el Vaticano para echarlo del Opus. Estos misterios reposan ahora en el altar recubierto de plata de la iglesia prelaticia de Santa María de la Paz en la ciudad de Roma, donde en 1992 fueron recolocados sus restos.

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