Diario de León

Cornada de lobo

Como en un templo

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León

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La zarracina carnicera que quedó sembrada en ese teatro de Moscú sobrecoge y desconcierta. Los cosacos de Putin arremetieron en una carga expeditiva y terrible. Levantaron la torga de la muerte y aquello fue una reguerada. Los otros esperaban borrachos de trilita y fe en el profeta, que es lo mismo que decir borrachos de sangre y santidad. Y allí se armó la de Dios es Stalin. Pura carnicería. Tremenda decisión. La consigna fue: mostacilla de gas, sin piedad y entre las cejas. Redundó otra vez la vieja tragedia, pues de nuevo los justos pagaron más que los pecadores... porque sí, por haber ido a un teatro y no a un mercadillo, a cenar saiga con caviar o a una casa de putininoskas como hacen tantos moscovitas y extranjeros... Es terrible la secuencia de imágenes de esta masacre, ese rastro de la muerte con todas sus muecas y posturas. Del terror se pasó al horror. Pero ninguna foto impresiona más que ese patio de butacas -echado ya el telón de la tregedia- con unos cuantos espectadores y terroristas clavados a sus asientos, mudos y paralizados ante la magnitud de la función, fulminados por una obra de teatro en cuyo largo epílogo ellos mismos fueron convertidos en actores, pero como extras sin voz ni nombre, puro bulto y parapeto. Es insólita la foto de un patio de butacas con muertos. Nos parecía que un teatro era como un territorio neutral e inviolable, un templo cultural excluído del campo de batalla; y sorprende que lo haya elegido un terrorismo que se inclina más por estadios, grandes almacenes o espacios públicos de impacto. Pero en un teatro ha sido, en un templo. Por eso. El templo de Jerusalén fue repetido escenario de sublevaciones y cambios de régimen en Israel. En los templos, y espada en mano, se consagraron reyes impostores que mataron a su hermano. De manera que los chechenos, que son muy religiosos y algo curas, sabían perfectamente lo que hacían al asaltar un emblema del enemigo, una de las basílicas civiles de este tiempo laico con todos sus feligreses dentro. Las Torres Gemelas también eran un templo del dinero, su catedral más ostentosa. El fandamentalismo elige la guerra de los templos. Pongámonos de rodillas y que cada cual rece lo que sepa. O que blasfeme, si le alivia. Da igual.

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