Diario de León
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León

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josé enrique martínez

Seis títulos, de 1995 a 2012, reúne María Ángeles Pérez López en Catorce vidas y una más, título que aclara esta nota de la poeta: «en 2010 la Diputación de Salamanca publicó Catorce vidas, ahora ampliado con una vida más, la que corresponde a Atavío y puñal (2010)». El volumen llega arropado por un epílogo de Edda Armas y un soberbio prólogo de Eduardo Moga.

Tratado sobre la geografía del desastre (1997) es el primer libro. Entre la maraña de imágenes veladamente irracionalistas, María Ángeles poetiza el «temblor de los andamios interiores», feliz metáfora que conjuga «las voces del deseo» con «las voces oscuras de las cosas», teniendo unas y otras su referencia en el cuerpo nombrado en sus partes: ombligo, caderas, vientre, labios, axilas, muslos, boca... La celebración del cuerpo no elude el dolor, la «mordedura del tiempo», el «vaso astillado» de la memoria y la identidad femenina. La sola materia (1998) se vuelca sobre los objetos cotidianos, los de la casa: útiles de cocina, cómoda o el baúl de las cosas heredadas. «El vaho de las formas» cobra densidad rememorativa, sentimental o de otro tipo y remite cuando es preciso a «las antiguas marcas del origen», lo que cuaja admirablemente en poemas como el que conduce, desde el hilo que se enhebra en la aguja, al huso, la rueca, el algodón y la semilla, porque «el hilo arrastra en sí / una puntada secular e inconmovible» en la que nos reconocemos. Resulta deslumbrante el trato y el trazo poético de las cosas domésticas, con una singularidad que no he visto en poeta alguno. Tras los poemas indignados contra la violencia machista y la pobreza de El ángel de la ira (1986), en Carnalidad del frío (2000) hay tonalidades más amargas en torno a la condición existencial, con la herida como palabra que sintetiza derrotas, deterioros y «la atroz devastación del tiempo», remitiendo asimismo a la herida original, la del nacer y ser; las palabras mismas brotan «llagadas por el tiempo de la herida», algo que acaso pueda paliar momentáneamente el recorrido por la «cartografía orgánica y corpórea», el placer corporal. De 2004 es el poemario La ausente: la profusión metafórica sirve para poetizar asuntos como la memoria, la culpa, el tiempo y la recurrente presencia del cuerpo. El volumen se cierra con Atavío y puñal (2012), «poemario agridulce, endurecidamente esperanzado», como escribe Moga, con «protagonismo doliente» y absoluto de la mujer.

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