Diario de León

Volver al horror tras la desememoria

l Esther Calcerrada presenta ‘Sobrevivir a Mauthausen-Gusen’

Imagen de Esther Calcerrada, nieta de la víctima respublicana

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León

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josé oliva

En las memorias, el republicano da testimonio de su experiencia desde que entró en Francia con los exiliados al final de la Guerra Civil española, el tiempo que permaneció en el país galo hasta que fue apresado por los nazis y conducido a Mauthausen, hasta el momento en que los americanos liberaron el campo. Calcerrada se extiende en narrar su internamiento en los campos del Rosellón francés, cuando todavía conservaba la ilusión por llegar a un puerto del sudeste de Francia desde el que poder embarcarse y volver hacia la zona centro del territorio español, aún republicana.

Las segunda y tercera partes del libro introducen al lector en el campo de Mauthausen y su anexo Gusen, donde el autor detalla el «horror nazi»: el cambio de indumentaria y la desinfección, los castigos, la cocina, el hospital, la alambradas, el frío, la comida, los barracones y sus jefes.Las memorias fueron publicadas por primera vez en 2003 en una modesta editorial, por lo que su difusión fue menor, apenas unos pocos ejemplares entre familiares y amigos, y la propia Esther Calcerrada solo captó la dimensión cuando las leyó, pero sus intentos de darle mayor proyección fueron inútiles pues, a su juicio, «es un tema tabú».

No obstante, el hecho de que el historiador Carlos Hernández publicara en 2015 «Los últimos españoles de Mauthausen», en el que mencionaba a su tío abuelo, dieron impulso a la publicación de sus memorias. Para Esther Calcerrada, «aparte del testimonio personal, tan desconocido que ya sería suficiente, tiene valor la manera en que está contado, pues hace reflexiones sin rencor ni odio sobre los extremos a que puede llegar el ser humano, los poderes dictatoriales, el fascismo».

Y añade: «Esa falta de odio es común a todos los deportados y, como el propio Enrique Calcerrada decía, relegaba el odio, porque ‘el rencor era de estúpidos’». En el libro, el lector descubre un campo prácticamente desconocido para la opinión pública, Gusen, oscurecido por otros campos de horror como Auschwitz, Buchenwald o Dachau: «Empezó siendo una anexo pero creció tanto que tuvo Gusen I, II y III, pero los republicanos españoles lo llamaban el ‘matadero’, muchísimo peor que Mauthausen, que era un campo de trabajo donde los presos morían de extenuación».

Enrique Calcerrada se muestra crítico con el régimen de Franco por haber abandonado a los españoles a la suerte de los alemanes después de que les consultaran sobre qué destino había que darles. Esther Calcerrada recuerda que, según el historiador Benito Bermejo, «la orden de no considerar a los españoles prisioneros de guerra y de mandarlos a campos de concentración coincidió con una larga visita de Serrano Suñer (ministro de Asuntos Exteriores de Franco) a Alemania, durante la cual se entrevistó con Heinrich Himmler, jefe de las SS». Bermejo cita el discurso de 27 de junio de 1941 de August Eigruber, gobernador del Alto Danubio, en cuya jurisdicción estaba Mauthausen, quien dijo textualmente: «Ofrecimos estos 6.000 españoles al jefe de Estado Franco, el caudillo español. Rehusó y declaró que nunca admitiría a esos españoles rojos que lucharon por una España soviética». La presente edición mantiene la misma estructura de la anterior, incluido un listado de los 3.820 españoles muertos en Gusen, si bien añade una nota introductoria de Carlos Hernández, quien valora esta relación nominal en la que, «a pesar de los lógicos errores en algunos nombres y apellidos, fruto de las sucesivas transcripciones, apenas faltan un centenar de víctimas españolas del campo». El testimonio de Enrique Calcerrada confirma la crueldad que exhibían los ‘kapos’, prisioneros que ejercían de ayudantes de los SS y que se responsabilizaban de la disciplina en el interior de los barracones, entre los que menciona a un español, Indalecio González ‘El Asturias’, «un republicano que se pasó al lado oscuro, cometió múltiples asesinatos y terminaría siendo juzgado y ahorcado tras la guerra», recuerda Carlos Hernández.

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