Diario de León

El destierro de las personas únicas

Una tercera parte de quienes sufren discapacidad intelectual no tienen amigos

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Hijo único que ha vivido sus 54 años en la misma casa familiar, José Gómez se dedica por entero al cuidado de su padre, con quien duerme en la misma habitación. Carece de amigos, apenas contesta el móvil, perdió a su novia hace pocos meses y se prepara para la muerte de sus padres, octogenarios y enfermos. Niega sentirse solo. Pero lo está.

Con distintos grados de desarrollo, síndromes y características, cada persona con discapacidad intelectual es única. Tienen su propio ritmo y entendimiento del mundo. Un mundo moldeado por aquellos que les han cuidado. Conscientes de su diferencia, no siempre lo están de su aislamiento social, que ocurre a pesar del esfuerzo de organizaciones e instituciones que abren sus puertas para que se unan a una comunidad a través de las actividades. Más que un «sentimiento de soledad» expuesto por la cuarta parte de los europeos, según datos del Joint Research Centre, en el caso de las personas con discapacidad su desamparo es fáctico: un 38% no tiene ningún amigo y un 40% no sale de casa a menos que esté acompañado por un familiar, según datos de Plena inclusión.

Estas personas están más expuestas a la soledad no deseada con el pasar de los años, cuando las pérdidas de los seres queridos, sus compañías fieles, empiezan a sucederse. «En la sensación de soledad no elegida de las personas con discapacidad intelectual influye la pérdida de los miembros mayores de familia o la reducción de habilidades cognitivas por el propio envejecimiento de la persona», explica Javier Luengo, director de Plena Inclusión Madrid. En los casos de las personas con discapacidad intelectual, además, el envejecimiento sucede de forma prematura y sus «habilidades cognitivas comienza antes que en la población en general. Por ejemplo, en el síndrome de Down, el envejecimiento comienza ya a los 45 años». Otro de tantos casos de los que no hay cifras oficiales es el de Pablo Muñagorri, de 53 años y con una alta discapacidad intelectual, que vivía solo en un apartamento, donde pasó la pandemia. Murió su madre. La organización que le sirve de apoyo, Fundación Raíles, le aconsejó mudarse a un piso compartido. No obstante, «hay personas que viviendo en grandes instituciones y rodeadas de muchas personas se sienten muy solas. Más allá de la forma en la que una persona vive, hay que incidir en cómo se siente y con quién desea estar».

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