Diario de León

Familias divididas entre Ucrania y León por la guerra

Agradecidas por la acogida, preocupadas por el conflicto.

Olena Mekhenilover e Inna Berliak, dos mujeres ucranianas atendidas en el programa especial de Cruz Roja por la guerra. FERNANDO OTERO

Olena Mekhenilover e Inna Berliak, dos mujeres ucranianas atendidas en el programa especial de Cruz Roja por la guerra. FERNANDO OTERO

León

Creado:

Actualizado:

Inna salió el 26 de marzo del año pasado de la ciudad de Vinntsia con su hija de diez años. Su marido y el hijo de 23 quedaron en Ucrania. No pueden salir porque las fronteras están cerradas para los hombres de más de 18 años. Otra hija, casada, está en Inglaterra con el marido y otros familiares. Inna y su hija llegaron a León tras pasar dos meses en Barcelona, en una familia de acogida, y otros dos en el programa de emergencia de Cruz Roja en Ávila.

Olena salió sola de su ciudad , Cherkasy el 26 de junio de 2022. Allí quedaron sus tres hijos y su marido. «Fue difícil decidirse pero la situación era muy complicada». Salió desde Polonia en un autobús que había llegado con ayuda humanitaria y desde Barcelona le trasladaron a León.

Inna, de 45 años, realiza un curso de cocina para potenciar su empleabilidad y su sueño es «que la guerra acabe y poder regresar a mi país». Olena, que era profesora universitaria en su país, está contenta de haber encontrado trabajo como camarera de piso en un hotel de la capital. «Tengo esperanza en hacer una nueva vida aquí y que nos podamos reunir toda la familia», afirma.

El temor de Inna
«Mi marido y mi hijo no están en el frente, pero les pueden alistar en cualquier momento»

Inna y Olena son beneficiarias del programa de Cruz Roja en León puesto en marcha el año pasado al comienzo de la guerra y por el que han pasado hasta ahora 210 personas. Están en la fase de acogida (fase 1) y viven en pisos proporcionados por Cruz Roja en León.

«Salimos de Vinnytsia cuando ya no había ninguna posibilidad de estar allí. Con mucho miedo por todo lo que pasaba». Un temor que ha quedado grabado en la mente de su hija. «Ahora está bien, pero al principio no podía dormir y para ella hablar de Ucrania es el miedo a las alarmas y los sonidos de las bombas», relata la madre.

Vinnystia, una ciudad de más de 350.000 habitantes, sufrió uno de los ataques más duros de Rusia en julio, bajo la excusa de que su blanco eran mandos militares. Cherkasy sufre la guerra desde 2014. A los cuatro días de la invasión rusa de hace un año, una impresionante explosión sobre un gasoducto era solo el principio de un annus horribilis .

«No sabía que iba a venir a León. Llegué a Barcelona y me dijeron que tenía que venir aquí.Han hecho mucho por mí: clases de español, bono de autobús y la posibilidad de hacer un curso de formación profesional y encontré trabajo como camarera de piso en un hotel», explica Olena.

El programa abarca la cobertura personalizada de las necesidades básicas , el apoyo emocional y la asistencia jurídica en el proceso de solicitud de Protección Internacional. Además, el personal de Cruz Roja incide en el refuerzo de competencias y habilidades para la autonomía personal, con itinerarios para la inserción laboral, redes con la sociedad, apoyo en la escolarización y fomento de una participación ciudadana igualitaria.

Hacer «nuestra vida»
«Tenemos que trabajar porque el programa no es eterno y tendremos que pagar nuestras facturas»

«Yo entré en un curso de ayudante de cocina para mayores de 45 años en la Cámara de Comercio», apunta Inna. «En Cataluña estudiamos catalán y ahora castellano», apunta. Su hija está escolariza en el colegio público Anejas y se adapta bien. A través de la cocina, Inna está conociendo costumbres españolas que en su país resultan extrañas como «cocinar el pescado y casi todo con ajo, aunque está rico», matiza. También ve una diferencia grande en el consumo de cereales. En Ucrania es muy corriente comer trigo sarraceno, mijo o trigo tierno, cosa que en España es muy minoritaria y casi exótica.

El día a día en el proceso de integración ayuda a estas familias a sobrellevar la dura situación en la que viven, separadas de sus familias por más de 3.500 kilómetros y un año de guerra que les mantiene en la incertidumbre permanente. «Estoy muy preocupada porque la situación es complicada. Allí están cansados de las sirenas, de vivir escondidos en los sótanos», comenta Olena. La esperanza le da aliento: «Espero que todo salga bien y podamos reunirnos todos».

Inna muestra los mismos sentimientos de angustia por su marido y su hijo. «No están en el frente pero nadie sabe cómo se va a desarrollar la situación. Les pueden alistar en cualquier momento y por eso también estoy muy preocupada». Su marido sufrió un proceso oncológico antes de la guerra y «no le deberían llamar a filas, pero nunca se sabe».

Después de un año de guerra, la incertidumbre es el reloj de sus vidas. «Nadie puede decir lo que va a pasar. Ha habido muchas muertes de civiles, mucha gente joven fallecida», lamenta al recordar que el edificio de la universidad en la que daba clase «ni siquiera existe y no se puede ir a clase», añade Olena.

«Realmente no esperaba que la guerra iba a durar tanto. Pensé que sería un mes o dos. Nadie esperaba que durara tanto tiempo», apostilla. «Intentamos hacer nuestra vida para ayudar a la familia. Tenemos que trabajar porque el programa no es eterno y llegará un momento en que tengamos que pagar las facturas». Su esperanza, reitera, es establecerse en León, aprender bien el idioma y tener trabajo para poder reunir a la familia.

A medida que la conversación fluye por la dramática situación de la guerras, las emociones afloran a su voz y sus ojos se llenan de lágrimas. «Mi sueño es que termine esta guerra y poder volver a Ucrania», reitera Inna. Pero es consciente de que no tiene nada seguro. «No sabemos cuánto va a durar y ahora mismo no puedo tomar una decisión sobre el futuro». Tiene allí no solo a su hijo y a su marido, también a sus padres, su hermana... «toda la familia».

Un año después de la invasión «no se puede decir que la situación haya mejorado en Ucrania. Me siento afortunada porque yo estoy aquí y la casa de mi familia está en pie. Es complicado hacer pronósticos sobre lo que va a pasar», señala Olena.

Sobre su vida en León, todo es gratitud. «Agradezco mucho a Cruz Roja por darnos la posibilidad de vivir aquí, de ayudarme a buscar trabajo y poder integrarme en la sociedad española», apunta. Decir que es de Ucrania y sentir el buen recibimiento y el apoyo de la gente es todo uno.

Inna destaca lo bien que está con su hija en León y la flexibilidad del curso que hace que, en días sin clase como este puente del Carnaval, le han permitido que su hija estuviera con ella en el curso de cocina. Ella misma y todos sus compañeros se quedó absolutamente sorprendidos de la destreza que mostró para preparar un pequeño pescado. «¡Si yo no le había enseñado nada!», exclama.

Olena e Inna y su hija están con protección temporal, una figura que se creó para agilizar la acogida de las personas que empezaron a salir de Ucrania a partir de la invasión rusa el 24 de febrero.

Olena quiere tramitar la protección internacional, para lo que también cuenta con el apoyo del personal jurídico de Cruz Roja. Sonia, Raquel, Marta... y otras personas que trabajan en la entidad son para ellas nombres propios con mayúsculas por todo lo que hacen para facilitar su vida en León.

El acompañamiento incluye salidas por la ciudad para conocer desde la biblioteca pública al centro de salud y todos los servicios a que pueden tener acceso.

La entidad cuenta con un equipo de profesionales y voluntariado (un total de 86 personas) para facilitar la integración social de estas familias y ayudarles a soportar el impacto de la guerra y de la separación familiar, además de abrirse camino en León.

Inna y Olena son dos de esas 210 personas que Cruz Roja ha atendido en este año de guerra. Más del 64% son mujeres, Dos rostros de una guerra y dos vidas atravesadas por el dolor mientras sonríen por la generosidad con que han sido acogidas en León, conscientes de que sus conciudanos, sus propias familias, siguen aterradas por la violencia. Otros muchos —más de 7.000 personas, según la ONU— ya no pueden contar su historia porque han muerto.

tracking