Diario de León

Un cuento leonés de las mil y una noches

La gran pasión de Alfonso VII, el Emperador, por las palomas mensajeras

Estampa del emperador leonés Alfonso VII con músicos. DL

Estampa del emperador leonés Alfonso VII con músicos. DL

Publicado por
PEPE MUÑIZ
León

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Hijo de la reina Urraca y del conde Raimundo de Borgoña, fue el primer rey leonés miembro de la Casa de Borgoña, entre 1126 Y 1157. Nació el 1 de marzo de 1107, y murió un 21 agosto del año 1157 a su regreso en el intento de recuperar la ciudad de Almería ocupada por los árabes. Hay dudas del lugar exacto del suceso, aunque parece debió ocurrir en el paraje llamado de la ‘Fresneda’ en el término de Ciudad Real. Desde ese lugar fue trasladado a la catedral de Toledo, donde reposan sus restos, siendo el primer soberano leonés inhumado allí.

Tras la muerte de su madre, el 26 de mayo de 1135 fue coronado «Emperador de toda España» en la catedral de León, recibiendo solemne homenaje, y así lo cuentan las crónicas:

«En el año 1135, fijó el rey la fecha de celebrar concilio en la ciudad regia de León, en 26 de mayo, en la solemnidad de pentecostés, congregando a los arzobispos, obispos y abades, condes y príncipes, jefes militares y jueces de todo el reino. En el día señalado se reunió con su esposa, doña Berenguela, su hermana la infanta Doña Sancha y demás venidos de otros reinos obedientes a León.

Se congregó también un gran número de monjes y clérigos y una inmensa muchedumbre del pueblo llano, deseosos de ver y escuchar o de predicar la palabra divina. Se congregaron en la iglesia de Santa María y allí discutieron lo que se dignó, con el rey García y con la infanta Doña Sancha. Por inspiración divina se propusieron entronizar como Emperador al rey Alfonso, en atención a que el rey Zagadola de los Sarracenos, el conde Ramón de Barcelona, el conde Alfonso de Tolosa y muchos condes y duques de Gascuña y de Francia le habían prometido vasallaje. Cubrieron al rey con un manto muy rico, bordado exquisitamente, impusieron sobre su cabeza una corona de oro puro y piedras preciosas, y le colocaron entre las manos el cetro. El rey García le sostenía el brazo derecho y el obispo de León, Don Arias, el izquierdo y, entre obispos y abades, le llevaron al altar de Santa María entonando el «Te Deum laudamus» y aclamándole con vivas a Alfonso Emperador. En el altar le bendijeron y celebraron la misa con rito festivo. Terminada la ceremonia, cada uno regresó a su alojamiento».

Nosotros, en busca del postrer sol del día nos lanzamos a vagar por las más altas murallas, y sacada de los anales de la historia, como un cuento de las Mil y Una Noches, descubrimos esta bella y curiosa pasión de nuestro rey Alfonso VII por las palomas mensajeras, aves, que durante siglos y siglos fueron un aliado fiel del hombre cuando tenía que enviar mensajes de guerra o de paz, de socorro o de amor, con la seguridad que ofrecían los cielos alejados de los peligros de los enemigos terrestres. No hemos de ignorar, que los árabes que ocuparon España durante tantas centurias, fueron los primeros en la técnica de la cría y adiestramiento de estos animales.

Según la tradición bíblica una paloma sería la que llevó a Noé el mensaje del retroceso de las aguas después del Diluvio al regresar con una rama de olivo en el pico, y los griegos transmitían a las ciudades los nombre de los ganadores de los Juegos Olímpicos por medio de paloma mensajeras, y también las legiones romanas contaban con palomares móviles en sus campañas.

De hecho, durante la Primera Guerra Mundial, se empleaban todavía con frecuencia esta clase de palomas. Concretamente el ejército español en el siglo XIX incorporó este revolucionario sistema de comunicaciones, criando y adiestrando sus propias palomas mensajeras. Pero su utilización dejó de tener interés para la defensa nacional, al ser sustituido por la telefonía móvil y el satélite, pasando desde entonces el control de los distintos Club Colombófilos a las autoridades deportivas, que hasta entonces estaba bajo la autoridad militar, o sea el Ministerio de Defensa.

En León tenemos el «Club San Francisco» y el «Club Leonés», que llevan años criando y entrenando a cientos de palomas, que pueden alcanzar los cien kilómetros por hora y recorrer en un día novecientos, a un altura de dos mil metros Todos los años se celebran competiciones y algunos aficionados han conseguido importantes premios. Hay que tener en cuenta que el adiestramiento de la «Columba livia doméstica», requiere grandes dosis de paciencia, pero que engancha al que se aficiona, para toda la vida. La Real Federación Colombófila Española se fundó en el año 1894, y recientemente la de Castilla y León.

Hay infinidad de historias y anécdotas que se cuentan sobre este tipo de palomas, pero una de las más bellas es la que narra el prodigio del judío Hamir ben Zabara, astrólogo y ocultista de la corte de Alfonso VII. Para impresionar a su rey, le dijo que él podía concentrar en la ciudad del reino todas las palomas que había en España. Para ello, se puso en contacto con todos sus amigos que criaban palomas mensajeras y les pidió que las soltasen para hacerlas converger en nuestra ciudad. Y de repente, fueron llegando cientos y cientos de palomas, lo que convenció al rey, que su astrólogo tenía verdaderamente poderes extraordinarios.

Y volviendo al relato de la crónica de la coronación, se cuenta que terminada la ceremonia, mandó el rey celebrar un gran convite en los palacios reales, y los condes, nobles y duques servían las mesas reales. Y el emperador mandó también dar cuantiosos donativos a los obispos y abades y a todos, y distribuir entre los pobres numerosas limosnas de vestidos y alimentos. Y mientras, sonaban los timbales y las trompetas con estrépito, y su retumbar se esparcía solemnemente por el cielo azul de la ciudad regia de León.

Hay que recordar y así hemos oído desde siempre, que si alguien encontraba perdida o caída en una trampa a una paloma con una anilla en la pata, es que era paloma mensajera. No se la podía matar y, o bien, había que ponerla en libertad, o entregarla en el cuartel de la Guardia Civil más próximo. Pero vaya uno a saber, pues si nos atenemos al dicho de que «ave que vuela a la cazuela», cuántas así encontradas habrán perecido a mano de los que deseaban comer pichón, sobre todo en aquellos duros años del hambre.

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