Diario de León

José Ramón Alonso Bartolomé: «Un 14% de niños y niñas inteligentes no interesan a la administración»

José Ramón Alonso Bartolomé, autor del libro ‘Niñas y niños inteligentes’ que se presenta esta tarde en El Albéitar. RAMIRO

José Ramón Alonso Bartolomé, autor del libro ‘Niñas y niños inteligentes’ que se presenta esta tarde en El Albéitar. RAMIRO

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José Ramón Alonso Bartolomé, psicólogo licenciado en Psicología Clínica y Educacional vuelca sus más 30 años de experiencia como profesional de los equipos de orientación educativa. Las casi mil páginas de su libro Niñas y niños inteligentes, que presenta este jueves en el Ateneo Cultural El Albéitar de la ULE a las 19.00 horas, son su «testamento profesional». 

 —¿Por qué un libro sobre niñas y niños inteligentes?

—En mi experiencia me di cuenta de que es un tema que no está muy bien tratado ni muy bien entendido por parte de los padres, los docentes y, sobre todo, de la administración que sólo se fija en el extremo superior, en un porcentaje ínfimo del 2,3% (altas capacidades) y olvida a muchos niños que tienen muchas capacidades y que necesitan algún tipo de intervención. He estado rodeado toda mi vida de personas inteligentes y observo que a veces lo que es la inteligencia cognitiva no es lo más importante; que hay otras variables que hay que trabajar para poder  adaptarse al  medio y poder alcanzar la felicidad.

—¿Qué define a estos niños y niñas que llama inteligentes?

—Hay algunos factores muy representativos: un funcionamiento cognitivo o razonamiento concreto o abstracto superior a la media, pero hay otras variables más sencillas como la curiosidad intelectual, la capacidad de autoaprendizaje. Normalmente, les gusta aprender por sí mismos, no necesitan una educación formal o ir al conservatorio para aprender música. Lo hacen de forma espontánea. También presentan una maduración precoz sobre todo en el aspecto psicomotor y en el lenguaje prematuro. A veces, el aprendizaje de la lectura de forma espontánea, hacerse muchas preguntas, tener un sentido más estricto de la justicia o tener una sensibilidad emocional para los temas sociales.

—¿Qué porcentaje de población infantil habría en el rango?

—La curva normal de inteligencia, como variable psicobiológica, tiene una zona media en la que está el 68% de la población. Por encima de esa zona media tenemos un 14% de niños que son inteligentes y solo un 2,3% que son muy inteligentes. A la administración sólo le interesa el porcentaje extremo y ahí se quedan, en una zona de nadie, una gama más amplia. El libro está escrito para ese 16% que están por encima de la zona media.

—Partiendo de que se contemplan necesidades educativas especiales para otra franja ¿No hay nada que hacer con los del ‘montón?

—Lo curioso del libro es que aunque está dirigido a los niños inteligentes, más de la mitad de las ideas y propuestas sirven para todos los niños: estimulación temprana, programas de intervención, cómo hacer la evaluación...

—El ansia que muchas veces tienen las familias por ‘estimular’ la inteligencia de sus hijos o hijas hace que a veces se les apunte a mil cosas. ¿Es el camino adecuado?

—No soy partidario de la sobreestimulación y sobre todo de la sobreestimulación sesgada, orientada hacia determinados aspectos como los puramente cognitivos, olvidando otros como los emocionales. Estimularles sí, forzarles no; presionarles, tampoco. Darles las máximas oportunidades para que vayan cogiendo cosas sin presión y, sobre todo, de todo tipo de contenidos.  Estimular sólo el razonamiento es una de las ideas que más daño hace a los niños. La idea fundamental del libro es que los niños y las niñas alcancen la felicidad y para eso tiene que ser una persona armónica y equilibrada con un desarrollo integral.

También emociones  
«No soy partidario de la sobreestimulación, sobre todo si se orienta solo a aspectos cognitivos»

—¿Qué tipo de refuerzos concretos propone?

—La educación compensatoria, que la entendemos en un sentido de cubrir carencias, es necesaria para estos niños. Tendemos a estimular los factores cognitivos (verbal, memoria, inteligencia espacial, etc.) en detrimento de otros. Hay que evitar el cansancio, la fatiga, la desmotivación porque no les gusta el trabajo mecánico, poco funcional o aplicado a la vida. Otra razón por la que hay que ofrecerles apoyo es que como resuelven lo que les piden con mucha facilidad no se habitúan a hacer un esfuerzo y cuando llegan a una carrera superior no han adquirido unos hábitos de trabajo ni un sistema de organización y muchas veces fracasan.

—¿Incluye la inteligencia emocional en la evaluación?

—Después de los libros de Goleman todo el mundo está sensibilizado con el término inteligencia emocional, que es una etiqueta un poco comercial, pero refleja una realidad muy importante.  En el libro manejo un concepto de inteligencia global, que abarca toda la persona y está formada por una serie de capacidades cognitivas y comportamientos. Pero esas capacidades, si no se traducen en una conducta, no sirven para nada. Están dirigidos a la adaptación del niño en su medio social y emocional. La inteligencia abarcaría los factores cognitivos, los comportamientos, las emociones (entender las emociones de uno mismo y de los demás), las habilidades sociales... todo ello con el fin de una mejor adaptación al medio y lograr la máxima felicidad posible. El ser humano se define taxonómicamente como homo sapiens porque es capaz de resolver ecuaciones abstractas o hacer un razonamiento y porque es capaz de vivir en sociedad, respetar a los demás, ayudar a los compañeros... entenderse a sí mismo. Son las variables de hombre sabio en el sentido de Platón y los clásicos.

—¿También hay que estimular la inteligencia emocional?

—La inteligencia emocional es algo más fugaz y ambiguo que las variables de razonamiento y está bastante abandonada. La inteligencia emocional hay que educarla y estimularla. Ayudar a los niños a entenderse, a entender la empatía, las habilidades sociales, la resolución de conflictos... Pero, ¿cómo se hace? Es complicado porque no hay ejercicios como en matemáticas o lectura. La escuela es un laboratorio que no replica la vida real, sino que la resume o la concentra con sus virtudes y vicios. Hay estrategias como los cuentos, pero la principal variable para educar la inteligencia emocional son los modelos de los adultos. Los niños son esponjas que absorben todos los estímulos y tienen unos modelos de referencia que son los padres y los maestros.

—¿Qué pasa si la sociedad competitiva se focaliza solo en la inteligencia cognitiva?

—Interesa el éxito en las redes sociales, ganar dinero, un coche de gama alta... y eso se convierte en una máscara que esconde una gran precariedad personal y emocional muy grande. Las emociones las tenemos en el cerebro reptiliano, en el sistema límbico, que tiene millones de años y estos valores de la competitividad y el éxito es el capitalismo. Pero no da la felicidad. Al final es vacío. Lo que da la felicidad es estar a gusto contigo mismo, estar integrado en el medio social y natural; respetarlo.

—¿Debe ir unida la capacidad intelectual al civismo?

—Claro, la inteligencia tal y como la entiendo tiene una dimensión social. No sólo de entender y ayudar a los demás. Debe contribuir a que la realidad sea mejor, de que no seamos capaces de destruir el mundo, que no haya guerras. Los derechos humanos y los valores cívicos les tenemos en un altar y los practicamos muy poco. Ser inteligente es también ser buena persona.

Concepto amplio
«La inteligencia debe contribuir a que la realidad sea mejor y no destruyamos el mundo»

—¿Es inteligente una escuela centrada en las competencias?

—Bueno, ahí cabe todo. Es inteligente, pero no debe quedarse solo en eso. La crítica que se ha hecho a la escuela tradicional, que era de contenidos, memoria, etc., ahora hablamos de las ocho competencias básicas, con lo que estoy de acuerdo, pero tiene varios problemas; son cosas muy ambiguas, la escuela y los docentes no están preparados para trabajar ese sistema y, lo más importante, que es lo que preguntas, ¿es inteligente?; sí, pero nos olvidamos un poco del desarrollo personal y de tantas variables psicosociales y emocional. En el fondo están preparadas para crear trabajadores que sirvan para el engranaje productivo. Me parece muy bien la aprender a aprender y estar preparados para el cambio.

—Después de tantos años de experiencia, ha conocido muchas reformas. ¿Vamos a peor como se dice a veces?

—No es cierto. Ese es el discurso de la derecha mediática y política. La educación va a mejor, pero tenemos una sociedad cada vez más compleja y es más complicado educar a niños que están llenos de estímulos y pantallas.  Además, la sociedad no sabe muy bien para qué educar. Por eso está bien prepararles para que aprendan siempre en esta sociedad cambiante y desconocida.

 —La Logse marcó el hito de la integración. ¿Qué opina del proceso?

—Todos los niños deben estar escolarizados en su entorno natural, con sus amigos, en su barrio. Eso sí, con más profesionales especialistas. Los colegios especiales deben quedar como centros de recursos muy especializados para trabajar fuera del horario escolar, La integración debe ser total, no a medias como ahora. Yo viví desde los centros especiales que escolarizaban a niños con discapacidad ligera a las aulas cerradas en colegios sin contacto con el resto. 

—El caso de Rubén Calleja ha marcado un hito en la lucha por la inclusión educativa. ¿Cómo lo ha visto?

—El caso de Rubén ha sido paradigmático y ha sacudido bastantes conciencias. No creo que se hayan atrevido a enviar a un niño en similares condiciones a un centro de educación especial. Yo lo viví de forma indirecta porque, como jefe de equipo, tenía que firmar el informe pero me negué al haber discrepancia entre psicólogos y trabajadora social. Los padres nunca cuestionaron la evaluación. Dijeron que  no era el proyecto de vida para su hijo. 

—¿Nos gobiernan personas inteligentes?

—Voy a responder con preguntas por no decir otras cosas. ¿Son personas inteligentes las que nos meten en guerras, las que promueven una competitividad brutal, una sociedad de consumo que destruye la Tierra, las que desprecian a las personas con diferentes capacidades, las que no son capaces de resolver conflictos, promover becas para las clases más pudientes o intentan revivir un pasado nefasto? Deberían ser más inteligentes en sentido amplio y tener una visión de futuro. 

—¿Son más inteligencias las personas de ciencias que de letras?

—Esto es un prejuicio que hay en España. El mundo anglosajón es más flexible y es frecuente que las personas ‘de ciencias’ estudien filosofía, arte o comunicación. Einstein dijo que es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio. Yo digo que es más difícil entender al ser humano que a una partícula atómica.

La capacidad de alcanzar la felicidad

‘Niñas y niños inteligentes’ recopila en tres tomos a lo largo las claves de «una concepción de la inteligencia como un conjunto integrado de capacidades y comportamientos del ser humano: cognitivos, afectivos y sociales que le permiten una adecuada adaptación al medio y le ayudan a alcanzar la felicidad».

José Ramón Alonso Bartolomé defiende la evaluación basada más en los procesos que en los resultados, más cualitativa que cuantitativa, con técnicas de orientación sistemática y teniendo en cuenta las variables personales y sociofamiliares.

En la presentación de hoy, a las 19.00 en El Albéitar, estará acompañado por Olegario Muñiz Beltrán, maestro, psicólogo, orientador y profesor de la ULE, Miguel Ángel González Castañón, psicólogo clínico infanto-juvenil, Enrique Pardo, maestro y exdirector del Ceip San Claudio; Begoña González, trabajadora social de los equipos de orientación educativa y Rodrigo Martínez y su música folk. El libro se vende en las librerías Artemis, Universitaria e Iguazú.   

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