Diario de León

Vida, en el nombre de los muertos

El cementerio de León, con 21.700 unidades de enterramiento y 750 incineraciones al año

Mausoleos de recuerdo a la vida. ARCHIVO

Mausoleos de recuerdo a la vida. ARCHIVO

Publicado por
L. U.
León

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Un cementerio es un dormitorio, como indica por su nombre, por el concepto etimológico y la inspiración que explica el porqué se llama como lo llamaban los primeros pobladores inspirados por el culto a la muerte.

Según las creencias de la religión cristiana, en el cementerio los cuerpos duermes hasta el día de la resurrección. Con el paso de los tiempos y las tendencias, al margen de la instrucción religiosa en las honras fúnebres, este lugar dormitorio que bordea y cose la existencia desde el final de la vida, se adapta a usos que siempre compaginan con el recuerdo y la memoria. La estructura del cementerio municipal de León aporta un balance adecuado a la revisión estacional de cada otoño, con motivo de la celebración del día de los difuntos, también de los santos, de todos los santos, base del tamiz de inspiración cristiana que también contribuye a poner nombre a estos espacios a los que se distingue desde tiempo atrás como camposantos. Por eso el balance de 21.700 unidades de enterramiento, los 500 inhumaciones anuales de cuerpos, 200 de ceniza, 700 incineraciones al año, que marcan las inclinaciones de esta cultura de funeraria, el respeto y la memoria.

Jardines de honra a los difuntos

Los cementerios son jardines, a veces con flores plantadas sobre las misma tumbas, allá donde se entierra en tierra, que no es redundancia. El balance de 21.700 unidades de enterramiento, los 500 inhumaciones anuales de cuerpos, 200 de ceniza, 700 incineraciones al año, que marcan las inclinaciones de esta cultura de funeraria, el respeto y la memoria. La honra a sus difuntos.

Polvo eres es la consecuencia asumida desde que la civilización deja constancia de la relación con la necesidad de la despedida de la vida, con la convivencia con el final, en ese filtre que transita por la fina línea de la vida y el óbito. También, la costumbre de afinar el duelo, de descargar la pesadumbre entre la belleza de las flores, que se dejan regar con el recuerdo perpetuo . En occidente, especialmente, se alfombran las sepulturas con flores cortadas, vida sobre la muerte, y se revisten las lápidas con colores floridos en fechas relevantes para el difunto. Por eso, los cementerios son jardines, a veces con flores plantadas sobre las misma tumbas, allá donde se entierra en tierra, que no es redundancia.

Luego, están las costumbres de relacionar la puerta de la muerte con el uso y la simbología de las piedras; costumbres de culturas y religiones anteriores al cristianismo, en las que la lápida marca la línea del mundo de los vivos y los muertos. Hay episodios evangélicos cargados de referencias a las pierdas a la entrada de las sepulturas; a las piedras movidas, prueba de la resurrección de los muertos. La vida moderna tiene también un paralelismo con la muerte moderna, que se gestiona de forma muy distinta a cuando la gestión de los cementerios se centraba en la asignación de espacio para los enterramientos. Cada vez está menos extendida la secuencia de losas de hormigón para distinguir ese lugar al que van los vivos cuando dejan de serlo; en ese lugar que se enciende una vela para iluminar al espíritu, que jamás morirá.

 

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