Diario de León

Inmortales. DAVID CAMPOS, 2024

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EL RETROVISOR ALBERTO FLECHA

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U na estampa primaveral de muchos lugares de los Balcanes son los árboles floridos de los que cuelgan adornos rojos y blancos. En Bulgaria, Rumanía, Grecia o Macedonia es costumbre colgar estos adornos de lana cuando llega el mes de marzo. Por las calles los llevan colgados los ancianos de la solapa, los adolescentes los llevan atados de sus muñecas y muchos carritos de bebé están adornados con ellos. Cuando llega el mes de marzo, la gente los cuelga de las ramas de los árboles y sus colores se funden con las flores que empiezan a brotar por todas partes.

El mes de marzo es el primer mes de la primavera y la primavera, ya lo sabe todo el mundo, la estación de la vida. El uno de marzo, en uno de esos países balcánicos, en Bulgaria, llega la Abuela de Marzo, Baba Marta, la vieja que trae la primavera. Esa vieja que en todas partes de Europa se columpia entre la muerte y la vida, entre el invierno y la primavera. También entre la tormenta y la calma, que aquí en León sale en algunas partes l´arcu la vieya, esa forma leonesa para llamar al arcoiris. Es como si en todas partes se fundieran los colores y el despertar, y se abriera una puerta donde una anciana nos invita a pasar con una sonrisa y un gesto de su mano hacia adelante.

Y es que con la primavera también empezaba el año antiguamente. En nuestro calendario, de origen romano, marzo era el primer mes. Por eso octubre, noviembre y diciembre se llaman así; eran el octavo, el noveno y el décimo mes sucesivamente, aunque hoy hayan adelantado dos puestos tras la entrada posterior de enero y febrero delante de marzo. El ciclo del año, el calendario, es una rueda donde los ciclos se repiten, la vida y la muerte van y vienen cada año con las flores y los adornos de colores, también con los coloridos huevos de Pascua, la fiesta de la muerte y la resurrección por antonomasia. Una rueda que gira sin parar mientras nuestras vidas pasan, esas sí, no como un círculo sino como una línea recta. Quizás el celebrar cada año estas tradiciones nos reconforte del pesar que supone la única certeza que tiene nuestra vida; la de la muerte. Cada uno de nosotros es un destello, pero todos juntos quizás dejemos aquí algo de luz.

Hace unos días, paseando por un parque de Sofía, en Bulgaria, delante de mí una abuela levantó a su nieto para que colgara uno de estos adornos de colores en un árbol. El parque estaba radiante. Había cerezos en flor por todas partes. El monte Vitosha, imponente, lo abrazaba todo con su fabulosa presencia y, aunque en su cima quedaba aún mucha nieve, el sol y el calor empezaban a inundarlo todo por todas partes.

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