Un premio a la búsqueda de la justicia

El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, de 57 años, séptimo de los ocho hijos de una pareja de labradores analfabetos, fue galardonado ayer con el Premio Príncipe de Asturias a la Cooperación Internacional 2003, porque representa, como ningún otro político, el símbolo de una esperanza colectiva. Pocas veces un hombre izquierdas, sin estudios pero empeñado en la equidad social y la redención de sus compatriotas pobres, a los que quiere garantizar tres comidas al día, había despertado tanto entusiasmo y confianza. Apuestan por él quienes pretenden una transformación nacional más reformista que revolucionaria. «Tengo cuatro años para probar que un tornero mecánico puede gobernar el país mucho mejor que otros que lo hicieron por mucho más tiempo», declaró Lula. El antiguo sindicalista del metal, hoy en la más alta magistratura del Estado, constituye «un admirable pasado de lucha por la justicia», afirmó el ex presidente del Gobierno español Leopoldo Calvo Sotelo al leer públicamente el fallo. Lula es el nuevo icono de los míseros brasileños porque él también lo fue: conoció los estragos causados por la pobreza en su familia, que emigró de los páramos de Pernambuco hacia el promisorio sur nacional para asegurarse el mendrugo. Su padre murió alcoholizado. Lula fue vendedor callejero de verduras y frutas, apenas estudió Primaria y las penurias le despertaron una conciencia de lucha contra las oligarquías de la que nunca abdicó. Un grupo de economistas ligado al PT le reclama en un manifiesto un «cambio de rumbo» económico, y el ex candidato presidencial socialista Anthony Garotinho organizó una marcha con este estandarte: «¡Despierta, Lula!». Se le exigen más programas sociales. Y la semana pasada, en la capital federal, Brasilia, varios sindicatos protestaron contra su proyecto de reforma del sistema de pensiones. «Nada como un presidente de izquierdas para aplicar una política de derechas», proclamaba alguno.