Diario de León

Perdón obliga

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RETORCIENDO MUECA y bigotes saluda alguna gente la apertura de fosas y cunetas para dar reposo y honra a la muerte perra que a muchos les trajo la riada incivil de la guerra de Caín, España del 36 que bordó en rojo camisas de venganza y vileza. Dicen que sacar los muertos a pasear es querer abrir heridas, remover lo turbio y robar el sosiego. Dios mío; casi setenta años después se diría que ni les toleran enterrar con una mínima decencia a los suyos, que persisten la condena y la mezquindad, las tinieblas. Y el miedo; no tanto el de quienes lo agotaron en décadas de mordaza; el miedo de quien tiene cadáveres nublando su conciencia. Tampoco es el caso; tranquilícense los verdugos. Las familias de los paseados se vienen limitando a recoger los despojos de su propia sangre para que duerman al fin una paz imposible. No se aprecia revancha ni deseos de reapertura de un proceso que a los suyos les negaron; sólo piden poder nombrar a sus muertos restituyéndoles la honra expoliada. En los sucesos que he relatado días atrás en esta columna incluí en un principio nombres y apellidos de los que indujeron y perpetraron el asesinato de un letrado en el León en los prólogos de la Guerra Civil. Me aconsejaron que no lo hiciera reduciendo la relación a iniciales, como así lo hice algo contrariado, pero sujeto al derecho de presunción de inocencia que se le debe en estado de derecho a todo asesino hasta que un juez lo confirme en sentencia, aunque se trate de asesinos que exhibieron públicamente su salvajada vanagloriándose, amén de cobrársela con medallas, cargos y gabelas. Entonces nadie les juzgó. La impunidad fue su premio. Pero es que tampoco ahora, y algún derecho moral asiste a las víctimas, nadie reclama ese juicio debido y pediente. Queden, pues, esas iniciales de ayer como identificación de delincuentes en boletín policial; ni quiera verse en ello deseo de reabrir heridas o elegir trinchera por mi parte. Mi bando es el de la víctima de la injusticia y del que malvive en la patria del dolor, donde quiera que se alinee cuando los hombres, hermanos, caen en ceguera criminal. Sólo el perdón superará una historia cerrada en falso. Pero para que ese perdón sea cierto y cicatrice el cáncer de la memoria, no sólo hay que otorgarlo; también hay que pedirlo. Y eso no parece verse.

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