Diario de León

A LA ÚLTIMA

Bárbaros y fariseos

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EL ASESINATO de Manuel Ríos, el aficionado al fútbol que fue atacado por otro hincha en los aledaños del estadio del Compostela, es algo más que un crimen. Aunque su presunto matador se ha entregado ya a las autoridades, la alarma social no ha decrecido. Entre otras razones porque a nadie se le escapa que actos de barbarie semejantes pueden repetirse en cualquier momento y en cualquier otra ciudad de España. El caldo de cultivo de este tipo de violencia oficiada por energúmenos de toda edad y condición cristaliza en las gradas o en los alrededores de los campos de fútbol, pero en el proceso de fermentación intervienen autores y situaciones varias. Empezando por los directivos de los clubes que amamantan con prebendas y gabelas a esas camadas de rapados cerebrales que vemos en los estadios atrincherados y vociferantes entre banderas con esvásticas o águilas del II Reich (¿Sabrán quien era Bismark?) y siguiendo por los neandertales que empujan a la gente a encuadrarse por colores separando a los seres humanos por pueblos, ciudades, regiones, nacionalidades o naciones. Un corto mental no necesita grandes estímulos para ubicarse de nuevo en la dolina de Atapuerca pero si por el camino recibe ayuda, la regresión se acelera. Siento decirlo, pero tengo para mí que desde determinados periódicos deportivos que no pocas veces llegan al kiosko con portadas incendiarias y soflamas construidas sobre auténticas nimiedades futboleras se estimula ese proceso de barbarización. Otro tanto podría decirse de algunos programas de radio y de televisión en los que se azuzan las bajas pasiones de los hinchas creando artificialmente un clima poco menos que de vísperas sicilianas ante cada partido- del siglo, del milenio, de la galaxia- de los que se celebran un domingo si y al otro,también. El fútbol es una industria, un fabuloso negocio que hace ricos y famosos a unos pocos -y no me refiero sólo a los jugadores- pero que se presenta ante los ojos de la sociedad como lo que hace tiempo dejo de ser: un deporte. Si fuera eso, un deporte -como quizá lo fue en tiempos de los míticos Zamora, Zarra, Panizo o Gainza-, con aficionados dispuestos a aceptar los aciertos del equipo rival, no habríamos llegado hasta dónde hemos llegado.

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