Diario de León
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León

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Hasta finales del siglo XIX, el valle de Las Batuecas estuvo rodeado de un halo de misterio. Surgió del relato de fantásticas historias que atribuían la presencia en este enclave de habitantes de origen godo, que habrían permanecido aislados durante ocho siglos evitando las invasiones árabes. La proximidad de la Peña de Francia, considerada como sagrada, la literatura, las leyendas locales y la dificultad para acceder al mismo contribuyeron a la creación del mito. En 1599, atraídos por la calma y la belleza del lugar y para anular los poderes maléficos presentes en la zona, la orden de los Carmelitas Descalzos levantó un convento en lo más recóndito del valle, al que denominaron Desierto de San José de Las Batuecas. Por el interior del valle discurre el río Batuecas, con abundante presencia de encinas, robles y afloramientos cuarcíticos. El acceso a lo más profundo se debe hacer a pie, a lo largo del río para descubrir una vegetación muy diversa que comienza con higueras, eucaliptos o tejos para continuar con un frondoso bosque en el que crecen alcornoques, madroños, encinas, robles y castaños. El viajero descubrirá también refugios que indican la presencia humana desde hace más de 3.000 años, en el Neolítico, con pinturas rupestres en las que se empleó el color blanco y que representan formas de animales. También aparecen figuras humanas, puntos y barras, soles con rayos y lo que parecen ser unas escaleras. En las proximidades del convento existieron veinticuatro ermitas a las que los monjes se retiraban para ayunar a pan y agua, durante cuarenta días y de las que actualmente apenas quedan algunas ruinas. Continuando por la falda de la montaña, sin perder el sendero, se llega a una cascada, conocida como El Chorro, que con sus 35 m. de altura se convertirá en el punto final del recorrido. Para volver, hay que desandar lo andado.

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